26 de octubre de 2010

Historia Perdida. Capítulo 5


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Capítulo 5

Subí por las escaleras al siguiente piso, que era donde por la mañana estaban la mayoría de los trabajadores de la empresa, todo el lugar estaba lleno de pasillos y oficinas, me iba a tomar un rato recorrerlas todas para capturar a todos los que pudieran estar en el lugar a esas horas, había dos pasillos principales y me puse a caminar por uno de ellos, asomándome por las ventanas y abriendo puertas para ver que todo estuviera vacío. Al fondo del pasillo había un cuarto más grande de los demás, tenía varias mesas pegadas a las paredes y en cada una había una computadora, en una de ellas trabajaba un hombre que volteó al oírme.
-Hola. -saludó mientras me veía inquisitivamente. -pasó algo, no solemos ver guardias de seguridad por aquí.
-No, es solo un nuevo reglamento, nos han pedido que alrededor de las dos hagamos un recorrido por todo el lugar para ver cuanta gente hay. ¿solo estás tú?
-Yo y Luciana, ella salió un momento, pero volverá pronto.
Sabiendo que no había nadie más tenía que atraparlo antes de que su compañera volviera.
-es bueno saberlo. -dije y saqué mi pistola. -ponte de pie y voltea contra la pared.
-¿quién eres? ¿qué quieres?
-Cállate y obedece.
El hombre siguió mis instrucciones, una vez que estuvo de espaldas contra la pared saqué el arma de shocks eléctricos que había usado contra Sandra, pues sabía que no tendría la fuerza para controlarlo el tiempo suficiente para noquearlo con el cloroformo. Cuando me acercaba a él volvió a hablar.
-Haz lo que tengas que hacer, pero por favor, no lastimes a Luciana.
No dije nada y le di una fuerte descarga en la nuca. El hombre cayó inconsciente.
-Trabajemos rápido porque tú amiga puede volver en cualquier segundo. -dije mientras lo desnudaba. Luego, con mucho esfuerzo, logré levantarlo y volverlo a sentar en la silla en la que estaba antes, después saqué un montón de cuerdas para amarrarlo, las manos a la espalda y rodeando el respaldo de la silla, el torso al respaldo a la altura de la cintura y a medio pecho, los pies separados y a las patas de la silla. Luego saqué un nuevo paquete de vendajes elásticos y le vendé los ojos, le metí sus dos calcetines a la boca y lo amordacé. Dejándolo atrapado y aun desmayado volví a salir del cuarto para esperar a Luciana, quien no debía tardar.
Caminé por el pasillo un rato sin alejarme mucho del cuarto, finalmente la chica que esperaba llegó, fingí topármela en el pasillo, ella, al no esperarme, dio un pequeño salto por el susto. Cargaba un par de cajas que le ocupaban las manos, era esbelta, alta, con unas muy bien formadas piernas y con una largo y liso cabello rubio.
-Hola, lo siento por espantarte.
-No te preocupes, es solo que no esperaba a nadie. ¿está todo bien?
-Sí, solo estaba haciendo una revisión para saber cuanta gente quedaba en el edificio. ¿estas sola?
-en este piso solo estamos Marcelo y yo, estamos atrasados con el trabajo y tuvimos que quedarnos toda la madrugada para acabar un proyecto.
Ahora estaba confirmado que nadie más me estorbaría.
-Lo siento por ustedes. -dije cambiando de tono y de nuevo sacando mi pistola. -pero eligieron un muy mal día para quedarse por aquí a estas horas.
La chica quedó con la boca abierta, incapaz de decir palabra, claramente esto era lo último que esperaba.
-deja las cajas en el suelo. -le ordené. -Y levanta las manos.
La chica me obedeció y con las manos sobre la cabeza finalmente preguntó.
-¿qué quieres de mi? ¿qué le hiciste a Marcelo?
Estaban muy preocupados el uno por el otro.
-No se, te propongo que vayamos a la oficina y lo averigüemos. -contesté mientras le indicaba con la pistola que caminara. Ella obedeció, llegando a la puerta, bajó lentamente una de sus manos y giró la perilla, sin voltear a verme dio unos pasos más y se asomó al interior para encontrarse con su amigo desnudo y atado a una silla.
-¡Oh Dios Mío!… ¡Marcelo!
Su expresión mezclaba sorpresa y miedo, seguramente lo último que pensó antes de que cubriera su nariz y boca con el trapo con cloroformo fue que ella estaba a punto de ser igualmente humillada y amarrada. Tenía razón.
Luciana luchó tanto como pudo, pero finalmente sucumbió al químico y quedó profundamente dormida.
La recosté sobre el suelo y me puse a desnudarla: primero las sandalias que vestía y bajo las cuales no llevaba calcetas, luego le quité su playera y vi que no vestía brassiere, también me sorprendí de lo ligera que era. Le quité después sus pantalones de mezclilla, los cuales eran muy entallados y me costó trabajo quitárselos, debajo de ellos solo llevaba una pequeña tanguita, pronto estaba encuerada.
Ahora me dispuse a atarla, primero sus manos a la espalda y luego sus codos, al igual que las demás chicas no pensaba amarrarle estos más allá de lo que su cuerpo pudiera aguantar sin dificultades, y por eso me sorprendí al ver que la chica era muy flexible y que pude atarle los codos pegados el uno al otro; su flexibilidad y ligereza me hizo suponer que probablemente practicaba gimnasia o danza.
Sus tanga era pequeña y no sería suficiente como para callarla tan eficientemente como al resto de las chicas, había llegado el momento de usar los calcetines de Sandra que había cargado conmigo desde entonces, y se los metí a la boca junto a la tanga; luego completé la mordaza y le vendé los ojos con un último empaque de vendajes elásticos.
La preocupación que ambos habían sentido el uno por el otro, el hecho de que se hubieran quedado solos hasta esta hora, y la escasa ropa interior de Luciana me hizo suponer que los dos tenían una relación romántica, así que lo que iba a hacer con ellos, probablemente no les desagradara. Cargué a Luciana de nuevo maravillándome de lo poco que pesaba y la llevé hasta la silla donde estaba Marcelo, la senté frente al hombre y amarré una cuerda alrededor de la silla y del cuerpo de Luciana, no la apreté pues de momento solo era provisional, para evitar que la chica se cayera mientras yo seguía atándola.
Pasé sus piernas hacia atrás de la silla y se las até ahí la una a la otra, primero los tobillos y luego las rodillas. No fue posible hacer que estas se tocaran, pero si las até lo suficientemente cerca la una a la otra para hacer que los cuerpos de los amantes se acercaran hasta que sus genitales se rozaban. Con sus piernas atadas así Luciana no podía separarse de su compañero.
Marcelo ya empezaba a despertar y murmuró tras su mordaza al sentir el roce del cuerpo de su amiga contra el suyo, vi como comenzaba a tener una erección, y para poder terminar con ellos decidí ayudarlo, con mi mano tomé su pene y lo froté hasta que estuvo completamente erecto. Luciana empezó también ha despertar cuando acosté su cuerpo contra el de Marcelo y estando los dos muy juntitos empecé a frotar sus genitales. Marcelo, tal vez instintivamente, movía su cadera de arriba abajo tanto como las cuerdas se lo permitían, ambos se quejaban tras su mordaza sin comprender bien que pasaba, yo continué hasta que el pene de Marcelo metido hasta el fondo de la vagina de Luciana.
Luego desaté la cuerda que sujetaba la cintura de Luciana y volví a atarla, esta vez fuertemente, obligándola a pegar su cintura a la de su compañero, con más cuerdas lo amarré juntos más fuertemente hasta que sus pechos estuvieron pegados asegurándome de que no tuvieran forma de separarse en toda la noche.
Finalmente me alejé a contemplar mi obra.
-Mmmmpppphhh. -dijeron los dos mientras volteaban hacia donde estaba la puerta.
-Ah, el amor joven. -les dije. -disfruten su noche juntos chicos y cuídense.
Diciendo eso los dejé para que cada uno disfrutara el cuerpo del otro toda la noche.
Continuará.

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