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Capítulo cinco
John Wilberforce hizo un discreto gesto con la
cabeza para despedirse del guardia del banco, y entró al edificio. Rápidamente
fue a su oficina y cerró la puerta. Tras unos segundos abrió una ranura y vio
hacia afuera, vio que el guardia lo había visto entrar y que se alejaba.
Entonces se quitó los zapatos para aminorar el ruido que haría sobre el piso de
losa y salió de su oficina, dirigiéndose a la zona de cajas fuertes.
Una vez adentro, sacó una linterna y un pedazo de
papel de su saco, revisó los nombres y números escritos en cada caja de
seguridad, y cuando encontró la que buscaba la sacó, llevó a la mesa y abrió
con un par de llaves.
Adentro había recuerdos del ejército, unos pocos
papeles y un hermoso reloj de bolsillo antiguo, junto a todo ello, un bulto
envuelto en papel café. Abrió este y vio adentro, alcanzó a ver un billete de
50 dólares y debajo había mucho más. Sonrió.
Metió el paquete en su saco, y regresó la caja de
depósitos a su lugar. Revisó que no estuviera el guardia y regresó a su oficina.
Abrió un portafolio que estaba en su escritorio, metió ahí el paquete de
dinero, se volvió a poner los zapatos, tomó aire y salió. Fingiendo ir sin
preocupaciones, caminó por el pasillo. Sentía que sus propios pasos lo
perseguían, cuando estaba cerca del final el guardia apareció de nuevo.
-¿cómo
ve el juego señor Willberforce?- le preguntó con un acento de la costa este
-¿van a ganarle la serie los Yankees a los Dodgers este año?-
-Tú
eres el experto George- respondió forzando una sonrisa en su rostro.
-Yo
sé que tus chicos lo ganaron el año pasado- comentó mientras aceleraba el paso
para mantenerse junto a Willberforce que no se frenaba -Pero tuvieron suerte de
que Amoros hiciera esa atrapada para el último out sobre Berra, este año será
como siempre y ganarán los míos-
-Si
tú lo dices George-
Willberforce intentó abrir la puerta, pero George le
ganó y la sostuvo. El banquero tomó aire mientras el guardia lo veía-
-¿Apostamos?
El banquero soltó el aire y puso una enorme sonrisa.
-Por
supuesto George, ¿te parecen bien 10 dólares?- dijo mientras ponía un billete
en la mano del guardia. -Y cómo confío en ti, te dejo tenerlo hasta el momento
del juego.
El sorprendido George vio incrédulo el billete,
mientras el banquero finalmente abría la puerta.
-Vaya,
tiene mucho espíritu deportivo señor Willberforce… Por cierto, ¿encontró lo que
vino a buscar?
-Claro
George, dijo mostrando el maletín, lo encontré.
Cuando finalmente se pudo alejar se dio cuenta de
que, a pesar de que el vigía no tenía idea del contenido del portafolio, de
todas maneras, su corazón estaba uy acelerado. Había dejado una bebida sin
tocar en el bar, y necesitaba más para el camino.
Copper Ryder se retorció desesperada. No podía ver
donde había estacionado el coche Marie, pero en cuanto la mujer paró el coche
se dio cuenta de que esta podía ser su única oportunidad de escapar. Había
fracasado en sus intentos de liberar sus manos. Y aunque no podía alcanzar muy
lejos, palpó el suelo para ver si había algo con que cortar las cuerdas. Pero
el asiento trasero que la oprimía estaba tan atrás que no podía siquiera mover
las manos por el suelo.
Justo antes de que pararan, la chica había visto
unas luces, Copper pensó que era un letrero iluminado, y aunque algo había
tapado el brillo, era evidente que estaban muy cerca de el.
A pesar de tener la boca rellenada, y de la cinta
que sellaba sus labios, Copper intentó gritar auxilio. No hubo respuesta.
Después oyó el golpe de la puerta de frente cerrándose, y los pasos de tacones
de mujer por un piso de grava. Su puerta se abrió y Marie se asomó.
-¿Tuviste
un lindo viaje?- se burló -Vamos, tenemos que ir adentro-.
Movió el asiento adelante, agarró las piernas de
Copper, y la sacó sin mucha gentileza fuera del coche. La chica gimió alarmada
y adolorida al rasparse en el suelo del auto, pero fue un viaje corto. Marie la
paró sobre sus pies desprotegidos, y Copper sintió el aire frío de la noche
sobre su cuerpo semidesnudo.
Estaban en una especie de motel. El letrero, las
luces y la oficina estaban al otro lado de una serie de cuartos que tenían a la
vista. No parecía haber ningún otro carro aparcado, y todos los cuartos estaban
oscuros. Hasta donde sus ojos alcanzaban, frente a los cuartos no había nada
salvo arena y arbustos.
-Es
un bonito lugar privado ¿no crees?- Preguntó Marie al notar como Copper
valoraba su situación. -Aquí es donde Johnny y yo veníamos a escaparnos de esa
metiche de su esposa. El lugar es invisible desde la autopista, y por sólo diez
dólares el encargado nunca ha oído de ti. Vamos adentro, señorita Ryder.-
Agarró a la chica de un brazo y de las cuerdas en su
torso y la obligó a ir saltando hasta la puerta. Durante sus primeros dos
saltos los pies de la chica pegaron en la tierra, y sobre la dolorosa grava,
pero después de eso alcanzaron el pavimento que las dirigía hasta la puerta
principal.
Marie abrió la puerta y guio a la indefensa chica
adentro. Cuando cerró la puerta, prendió las luces para revelar una habitación
con muebles baratos. Dos pequeñas camas, una televisión y un aire
acondicionado. Las cortinas estaban cerradas.
Copper fue llevada a una de las camas, y Marie la
empujó para que cayera sobre el colchón mientras la prisionera daba un ahogado
grito de espanto.
-Será
mejor que te pongas cómoda niña. Vas a estar aquí un largo rato. Por lo menos
hasta que recuperemos el dinero, y después hasta que decida que hacer contigo.-
Copper volteó la mirada y Marie dejó ver una sonrisa
de entretenimiento.
-Estás
hecha un desastre tras el viaje, tal vez sería bueno que te ayude a limpiarte
un poco.
El andar saltando por ahí, sumado a las cuerdas,
había arruinado las medias de Copper. Los tirantes de su sostén se habían
caídos de sus hombros y había algo de tierra en su rostro. Marie fue al baño y
volvió con una toalla húmeda. Con sorprendente cuidado, limpió la cara de
Copper.
-Esto
debe hacer de tu vida un poco mejor-
Después de limpiar el rostro de la joven, Marie
apartó la toalla y la vio de arriba abajo.
-Esas
medias están todas rotas, te las quitaré también- murmuró, -y sin medias no
necesitas tus ligas, y respecto a tu sostén…-
Giró a Copper para que estuviera boca abajo en la
cama, y desabrochó el sostén por detrás. De su bolso sacó unas tijeritas, y
cortó los tirantes de la prenda. Aunque estaba atorado con las cuerdas que
sujetaban sus brazos al cuerpo, dio unos tirones y logró quitárselo. Copper vio
hacia su pecho con ojos abiertos al ver como sus senos habían sido expuestos.
-Tienes
un lindo par… son del tipo que le gustan a Johnny- dijo con una sonrisa, y
luego se sujetó los propios. -Se parecen mucho a los míos.
Los ojos de Copper se abrieron más, y la chica
sacudió la cabeza y gimió protestando.
-Oh,
no te preocupes, no te hago esto porque Johnny venga a jugar con nosotras. Si
lo conozco, ya debe haber decidido traicionarme y estará buscando como huir con
todo el dinero.
La sonrisa de Marie creció.
-Pero
se va a llevar una sorpresa.
Mientras Copper trataba de adivinar que había detrás
de este último comentario, Marie se acercó a sus piernas, y le quitó las
medias.
Sherry Johnson manejó hacia la casa de Wilberforce y
estacionó a una distancia prudente. Sólo había estado allí u par de veces con
su jefe por cuestiones de trabajo. Su carro no estaba, pero si había el de
alguien mas, que parecía ser el de su esposa, Dora Wilberforce.
Volteó arriba y debajo de la calle, había un hombre
paseando a su perro en la otra cuadra, pero eran más de 100 metros de
distancia, no veía a nadie más.
Para su suerte, la calle estaba mal iluminada, y
Sherry agradeció que el proyecto de la ciudad de Kermit de remplazar luminarias
no se hubiera iniciado aún. Guardó la pistola en su cinturón y bajó del carro.
Dora
Wilberforce salió de la ducha y se empezó a secar el cuerpo con una toalla. Era
una mujer alta, aunque no lo aparentaba cuando estaba al lado de su marido,
tenía una excelente figura para una mujer cercana a los 40. Su rostro era de lo
más bello, a pesar de que su mirada siempre sugería una actitud de sospecha;
tras casi 20 años de matrimonio con John Wilberforce, era imposible saber si
éste era un gesto natural, o si lo había adquirido por la constante vigilancia
de las actividades amorosas de su marido; su cabello era de una de esas muchas
variantes entre el rubio y el castaño claro, y llegaba hasta la mitad de su
cuello. Cuando subía sus piernas a la tina para secarse los pies, la imagen que
mostraban sus muslos hubiera sido un deleite para cualquier hombre que la
hubiera visto.
Pero a pesar de su belleza, se había convertido en
la infeliz esposa de un banquero exitoso, condenada a pasar sus mañanas en el
salón de belleza, y las tardes en clubs o juegos de bridge, la mayor parte de
las noches estaba sola en casa, preguntándose donde estaba su marido.
Sabía que éste había estado interesado en Sherry
Johnson, pero su alivio cuando esta mujer fue arrestada le duró muy poco, pues
ahora sentía que tenía los mismos sentimientos hacia su nueva secretaria, Marie.
Esta tarde, cuando volvía de su juego de bridge,
había notado cierta conmoción en los apartamentos donde Marie vivía. Había
patrullas y ambulancias. Apenas pudo evitar fantasear con que tal vez Marie
hubiera sido asesinada. Después del arresto de Sherry y con Marie fuera del
camino tal vez…
Dora sacudió la cabeza y volvió a la realidad.
Envolvió su cuerpo desnudo con la toalla, y salió a su habitación.
Apenas había entrado cuando escuchó un ruido a su
espalda. Un escalofrío recorrió su cuerpo y, antes de poder voltear, escuchó
una voz familiar.
-Sólo
relájese señora Wilberforce, tengo una pistola, pero no vengo a lastimarla,
dese la vuelta lentamente.
Dora sostuvo su toalla con fuerza y se volteó.
Sherry Johnson estaba detrás de ella, apuntándole un revolver. La mujer por
instinto empezó a subir las manos, pero al hacerlo sintió que la toalla se le
iba a caer, y se quedó sosteniéndola mientras Sherry cerraba la puerta.
-Considerando
las circunstancias, no hace falta que subas las manos, pero no intentes nada
tonto. Supongo que tu marido no está en casa.
-No
tengo idea de donde está- dijo negando con la cabeza -pero puede ser que venga
en camino y seguramente bajo protección policiaca, ya todos saben que estás
prófuga. Lo mejor es que…
-No
te molestes con el consejo- interrumpió -Yo no robé el dinero del banco, y las
dos sabemos quién es el verdadero responsable.
-¿Estás
sugiriendo que John…?
-Basta.
Supongo que una esposa leal debe apoyar a su marido. Pero en el fondo sabes que
él lo hizo, o por lo menos que es capaz de hacerlo.
Dora no pudo quejarse o siquiera sostener la mirada
de la chica.
-Bueno-
continuó Sherry -supongo que no te dijo nada sobre robar el dinero o sobre
donde lo escondió, así que voy a tener que buscarlo por tu casa para asegurarme
de que no está por aquí en algún rincón. Lamento informarte que te voy a tener
que dejar atada y amordazada mientras busco.
-¿Qué
vas a dejarme cómo?
Sherry sonrió con malicia.
-¿te
ofende más la idea de ser atada vistiendo una toalla, que la sugerencia de que
tu marido es un ladrón?
Dora guardó silencio mientras veía indignada a su
joven captora. Finalmente se relajó un poco.
-Bueno,
pero al menos déjame vestirme.
-Lo
siento, pero no tengo tiempo que perder. Aunque no lo creo, tu misma dijiste
que puede ser que tu esposo venga en camino. No puedo arriesgarme a perder el
tiempo.
Se acercó a los cajones de la cómoda sin dejar de
vigilar a Dora, con su mano libre abrió el cajón de hasta rriba, sacó unos
calzones y se los arrojó.
-Toma,
ponte ésos.
Mientras Dora se cubría con los calzones, Sherry
siguió revisando cajones hasta que encontró las medias, y más ropa interior.
Dora se había puesto los calzones y ajustado la toalla lo más posible para
cubrir su torso. Sherry sacó todas las medias y las aventó en la cama.
-Date
la vuelta y cruza tus manos a la espalda.
Dora obedeció, Sherry soltó el revolver y amarró las
muñecas de la mujer con una de las medias, asegurándose de que estuvieran lo
más apretadas posible.
-Ya
escuché en la radio que le hiciste esto mismo a la oficial de policía y a una
enfermera- dijo Dora.
Sherry terminó de ajustar los nudos.
-El
día de hoy ya amarré a seis mujeres distintas, así que no sientas que te estoy
tratando peor de lo que he hecho con cualquiera. Las prófugas actuamos así.
-¡Seis
mujeres!, una pensaría que eres una criminal de carrera con toda esa
experiencia atando mujeres.
En ese instante, la toalla se aflojó y cayó, dejando
expuestos los firmes pechos de la mujer, quien se inclinó hacia el frente
tratando de evitar ser vista.
-Quédate
quieta- ordenó Sherry -no quiero ser malvada, pero ese último comentario me
molestó lo suficiente como para creer que la pequeña humillación que sentirás
cuando te encuentren enseñando los senos va a ser buena para ti.
Tomó otra media y la mandó que se sentara en la
cama.
Dora dedicó una mirada de odio a la chica mientras
se sentaba.
-Muy
pronto estarás de nuevo esposada y en la cárcel jovencita.
Sherry se arrodilló y comenzó a amarrar los tobillos
de Dora. Entonces, la cautiva la pateó en el hombro, haciéndola caer. Dora se
levantó y trató de huir, mientras intentaba abrir la puerta con sus manos
atadas a la espalda, también empezó a gritar. Primer sólo un alarido, luego
gritando “¡socorro, que alguien me ayude!
Rápidamente, Sherry se repuso, y aunque Dora había
logrado salir del cuarto y empezar a avanzar por el pasillo, Sherry la alcanzó,
la tacleó y le puso la mano en la boca para ahogar sus gritos.
Sherry la arrastró de nuevo al cuarto mientras la
prisionera intentaba por momentos morderle la mano, y por momentos lograr que
sus gritos ahogados se escucharan fuera de la casa.
Sosteniendo a su prisionera con un brazo alrededor
del cuerpo, y una pierna alrededor de las de Dora para que no volviera a
correr, Sherry alcanzó otros calzones que había dejado sobre la cama. Los
agarró y sostuvo frente a la cara de la mujer, quien inmediatamente supo que
pensaba hacer con ellos.
Mientras seguía intentado patear, cerró la boca con
fuerza. Sherry le tapó los agujeros de la nariz, pero aunque la mujer trató de
aguantar, fue cuestión de tiempo para que se le fuera el aire y tuviera que
abrir la boca, en ese momento, Sherry le metió los calzones dentro.
Con otra media, Sherry completó la mordaza rodeando
su cabeza dos veces y asegurando que no pudiera librarse del montón de tela que
ahora tenía dentro de la boca.
-¿Por
qué tenías que hacer eso?- se lamentó Sherry mientras terminaba de amarrar la
mordaza tras la cabeza de Dora. -Bien sabes que me hubiera ahorrado muchos
problemas si hubiera aceptado los avances de tu marido cuando me lo pidió, y
como lo hace con su nueva secretaria, si lo hubiera hecho no estaríamos pasando
por esto ahora- Le dijo mientras con otra media le amarraba los tobillos, luego
la sentó en la cama.
Dora dejó de resistirse y se limitó a acuchillar a
Sherry con la mirada, la chica siguió amarrándola atando sus piernas con otra
media por arriba de las rodillas.
Después, y uniendo una media a otra para tener una
extensión más larga, amarró los brazos de la mujer a su torso, luego la recostó
boca abajo y terminó de inmovilizarla uniendo las ataduras de sus manos a las
de los pies en un hogtie.
Sherry se detuvo para tomar aliento, mientras a su
lado Dora protestaba con todas sus fuerzas tras su mordaza, viendo con odio a
su captora todo el tiempo.
-Creo
que lo mejor es que revise si nadie escuchó tus gritos.
Caminó hacia el pasillo y se asomó por las ventanas
a la calle.
Jeanne Hall volteó a ver el reloj de la cocina, ya
eran casi las nueve de la noche. Había decidido darle a Sherry dos horas de
ventaja para que tuviera tiempo de huir, pero ya era tiempo de empezar a ver
cómo podía escapar de las cuerdas que la ataban. Antes de comenzar, se tomó
otro minuto para ver su reflejo en la ventana cercana. Se veía igualita a una
de esas damiselas de la televisión que había visto. Linda y atractiva por su
indefensión. Pensó que sería muy romántico si en ese momento su compañero de
trabajo, Bob, apareciera y la encontrara así. Aunque él ya tenía novia, tal vez
se olvidara de ella tras rescatar a Jeanne, y sería natural que ella se
mostrara agradecida después de ser salvada de este peligro.
Mientras pasaba la mirada por su imagen, descubrió
que la presión de tener los brazos a su espalda, había provocado que un botón
de su blusa se abriera, y que su escote era más visible de lo que le hubiera
gustado, tal vez esto le diera otras ideas a Bob. Viendo su rostro ensayó
algunas miradas de indefensión. Le salían muy bien, sin duda derretiría el
corazón de Bob, si tan solo la encontrara…
Pero
sabía que ni él, ni cualquier otro candidato apetecible iban a aparecerse en su
departamento, tenía que soltarse ella sola, así que finalmente se puso a
trabajar.
John Wilberforce dejó su copa vacía, ya estaba mucho
más tranquilo. El dinero estaba en el maletín a su lado, y aunque no tenía una
maleta, había efectivo de sobra para atender todas sus necesidades,
especialmente en México, donde después de cambiar sus dólares podría vivir muy
bien. Libre de Dora, libre de Marie, libre del banco, libre de todo.
Llamó al cantinero, tenía tiempo de una última
bebida.
Tan pronto como prendió las luces de casa, Sky Ryder
comenzó su búsqueda. En la cocina había trastes sucios y un sartén con coditos
de pasta. En el refrigerador un tazón con sobras de comida, la pasta en salsa
de jitomate que Copper siempre preparaba. Al entrar la había llamado, pero esta
no había respondido, así que fue a su habitación.
Sobre la silla frente al espejo estaba el uniforme
robado de Amy Cole y el vestido amarillo que Copper había llevado al juicio.
Tanto los tacones de su sobrina como las botas y calcetines de la policía
estaban en el suelo. Sky revisó los cajones, le parecía que faltaba ropa, pero
cuantos y cuales vestidos faltaban le era imposible de saber.
Las sábanas de la cama estaban desordenadas, aunque
no parecía que nadie hubiera dormido en ella. Luego vio el cuchillo sobre la
mesita de noche. Se arrodilló ara ver el suelo y vio un pedazo de cuerda que
había sido cortado por el cuchillo y una bola echa con pedazos de cinta
plateada. Sobre la parte pegajosa de la cinta se alcanzaban a notar marcas
rojas de lápiz labial.
Inmediatamente el ranchero se levantó, fue a su
radio, lo prendió y levantó el micrófono.
-Llamando
a la oficina del sheriff, aquí La Diadema Voladora, Necesito tu ayuda, contesta
Winch.
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