A lo mejor algunos de ustedes han encontrado en internet unas páginas llamadas Dreambooks, estas estuvieron de moda a principios de siglo y hubo algunas de temáticas bondagera donde la gente subía sus experiencias, por supuesto la calidad de las historias solía ser muy mala, y se leían cosas como "ayer en la noche un tipo se metió a mi casa, me obligó a desnudarme, me amarró y amordazó con mis calzones, intenté escapar pero no pude y estuve atada hasta que mi novia me encontró 18 horas después". Es decir cosas obviamente falsas y sin ningún interés donde prácticamente puedes imaginarte al autor masturbándose mientras lo escribe.
Por eso mismo me sorprendió encontrar en estos sitios una historia que si era bastante buena, no sólo eso sino que por momentos me dejaba pensar que lo que se escribía era verdad. Originalmente estuvo en un dreambook dedicado a historias de gente atada y amordazada por ladrones, el autor fue un anónimo y es la que les comparto hoy.
Esta es la única historia que recuerdo haber disfrutado a pesar de que es protagonizada por un hombre (no se preocupen, también hay tres mujeres compartiendo el cautiverio), lo cual da un punto de vista diferente y de alguna manera hace más fácil imaginar que estamos allí, espero que también la disfruten.
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Asalto en la oficina
El incidente que voy a contarles me ocurrió hace seis semanas. Si les parece que en ocasiones me meto con detalles muy intrincados se debe a que aún recuerdo la experiencia como si acabara de pasar, y quiero escribir todo lo que me sea posible al respecto antes de que mis recuerdos se vuelvan borrosos. Trabajo para una compañía que da asesoría legal, sobre todo a grandes corporaciones que son demandadas. No somos una firma de abogados, aunque muchos de nuestros clientes si lo son. El trabajo requiere que nuestros clientes nos envíen cajas llenas de documentos relacionados con la demanda, y muchos de esos papeles son tratados como “altamente confidenciales”. Estamos ubicados en el primer piso de un edificio de cuatro pisos, y durante el día las instalaciones están llenas de movimiento. Todas las noches a las siete, cuando el resto de los negocios cierran, el edificio queda prácticamente vacío y las puertas automáticas que dan a la calle quedan cerradas. Además de esto cada oficina en nuestra planta está asegurada con un tablero electrónico conectado con la recepción. Debido a esto, la seguridad nunca pareció ser un grave problema.
Nuestra oficina nunca ha tenido una gran fuerza de trabajo; la mayor cantidad de empleados que alguna vez tuvimos fue de cuarenta. A lo largo del último año hemos perdido dinero, y los recortes resultaron en que redujimos la plantilla a menos de veinte empleados de tiempo completo. Esto también resultó en que sólo dos personas trabajaban en el turno nocturno: yo y una chica a la que llamaré Laura (ninguno de los nombres que escribiré son reales). Laura es delgada e introvertida, tiene el cabello castaño, es veinteañera y usa gafas, se le podría considerar como una geek de las computadoras, pero es muy agradable y muy linda. La noche en que esto ocurrió vestía unos pantalones negros y una blusa de manga larga azul celeste.
Esa mañana nuestro departamento había recibido un proyecto urgente que tenía que ser entregado a nuestro cliente al día siguiente, el turno matutino no adelantó tanto como esperábamos, por lo que Laura y yo nos tendríamos que quedar horas extras para terminarlo, probablemente hasta las tres o cuatro de la mañana. Además de nosotros la coordinadora del proyecto, la llamaré Estefanía, estaba trabajando en su oficina (si por trabajar entiendes marcar mi teléfono cada diez minutos para preguntarme como iba todo). Estefanía es una mujer alta (en tacones me supera en altura y yo mido 1.95). Tiene unos 35 años, cabello castaño y una figura muy formada, con su actitud y su cuerpo a veces me recuerda a una guerrera amazona. Este día vestía una blusa sin mangas negra y una larga falda blanca.
Entre las ocho y las nueve de la noche, todos los días, las empleadas de limpieza llegan a trabajar. No necesitamos abrirles ya que conocen la combinación del seguro para abrir la puerta. Esto es importante para lo que ocurrió después. Por lo general llegan dos personas, una para recoger la basura y otra para aspirar. Esta noche una mujer cuyo nombre nunca he sabido, pues nuestra interacción se limita a saludarnos, llegó primero a sacar la basura. Después de que se fue la segunda trabajadora vino a aspirar, la llamaré María. Era una empleada bastante nueva, pues apenas llevaba un mes o dos en el equipo de limpieza, es de piel morena con poco más de veinte años, tiene el cabello largo y negro y una figura muy bella. Por lo poco que había platicado con ella me parecía muy agradable, y no puedo negar que estaba un poco prendado de ella. Llevaba el uniforme del equipo de limpieza, una playera azul oscuro tipo polo con el logo de la compañía y unos pantalones de mezclilla
María llegó a las 8:30, aspiró como de costumbre y se fue como a las 9:15. A esta hora el edificio está vacío, en el estacionamiento sólo quedan un par de autos. Hasta donde se nuestra oficina es la única que alguna vez trabaja de noche. Después de las 10 cuando todo el edificio ha sido limpiado hay un silencio absoluto. Eran las 10:30 cuando escuché las puertas de la entrada abrirse, como Laura estaba trabajando conmigo en mi oficina simplemente asumí que era Estefanía saliendo al baño. Unos momentos después oí unos pasos acercarse por el pasillo y de nuevo asumí que era Estefanía que venía a ver de cerca nuestro progreso con la esperanza de que termináramos más pronto. Rápidamente descubrí que estaba equivocado cuando escuché la voz de otro hombre detrás de mi hablando calmada pero imperativamente. “No hagan ningún sonido o están muertos”.
Laura y yo nos volteamos las sillas de nuestras computadoras y vimos a un hombre parado en el umbral de la puerta. Estaba vestido de una manera tan estereotípica de un ladrón que casi pensé que era una broma: pantalones negros, camisa negra de manga larga, guantes negros, botas negras y un pasamontañas negro. Sin embargo lo más llamativo de su figura era la pistola semiautomática en su mano derecha con la cual nos estaba apuntando. Ciertamente no parecía ser de juguete. Verlo me causó una fuerte impresión, pero pude controlarme y seguí sus órdenes quedándome en silencio. Laura, sin embargo, no pudo controlarse y soltó un grito involuntario, el hombre la vio con ojos enojados, le acercó la pistola y le dijo “NO hagas eso de nuevo”, Laura logró controlarse y mantenerse callada mientras sus ojos estaban fijos en el arma que le apuntaba. Yo por mi parte, estaba pensando si Estefanía habría escuchado a Laura. Su oficina y la mía estaban en extremos opuestos de la planta, pero en el silencio de la noche el ruido pudo haber llegado hasta ella.
Por un momento los ojos del hombre se desviaron de nosotros y vieron hacia el pasillo, como si estuviera escuchando algo que pasaba allí. De repente su cabeza volteó a un lado y susurró “alguien viene, métete rápido.” El se metió y fue seguido por otras dos personas. Primero un tipo vestido igual que él, todo de negro y enmascarado. La diferencia entre ambos era que este tipo era que mientras el primero era bajito y flaco, el segundo era realmente grande y fuerte. Este segundo tipo llevaba a María con él, rodeándole el cuerpo con el brazo izquierdo y cubriéndole la boca con la mano derecha. Mientras la metía a mi oficina, de manera violenta pero sorprendentemente silenciosa, sus ojos se cruzaron con los míos. Estaba aterrorizada y unas lágrimas estaban a punto de correr por sus mejillas.
Después de que el grandote y María se metieron al cuarto, el chaparro la vio y le susurró “quédate callada y estarás bien”. El tipo fuerte la empujó hacia donde estábamos Laura y yo y se colocó a un lado de la puerta, mientras el flaco caminaba dentro del cuarto sin dejar de apuntarnos a los tres. En ese momento escuché a Estefanía llamar “¿Laura?” Así que la había oído. Instantes después apareció en la puerta. Rápidamente el tipo alto la atacó y sostuvo contra la puerta, callándola con su mano. Ella dejó oir un quejido tras la mano, por lo que el le sacudió la cabeza disuadiéndola de resistirse. “¿Hay alguién más aquí?” le susurró, pero ella estaba muy sorprendida y no supo responder. El insistió sonando más enfadado. Queriendo evitar que la tratara con más rudeza yo respondí por ella. “No, no hay nadie más.” “Bien” dijo el hombre más chico. El alto volteó a Estefanía y la empujó hacia donde estábamos nosotros tres, aún estaba tan impactada que no pudo mantener el equilibrio y se cayó al suelo. El chaparro me volteó a ver y señalándola dijo “ayúdala”. Mientras lo hacía el tipo grande sacó otra pistola. El chaparro lo vio y le ordenó “revisa el lugar y asegúrate que no haya nadie”, el grande lo obedeció en silencio.
Cuando salió el primer tipo se dirigió a los cuatro con su tono calmado pero imperativo. “Muy bien, todos calmados, les voy a explicar la situación. Venimos a recoger algo, nada más, no queremos lastimar a nadie y si cooperan con nosotros no lo haremos. Pero si no nos obedecen, no dudaremos en hacer que lo lamenten” me vio diréctamente a los ojos y preguntó ¨¿entendido?” Obviamente adivinaba lo que estaba pensando, con el tipo fuerte afuera podría atacarlo y vencerlo si se me daba la oportunidad, pero mientras tuviera la pistola y se mantuviera al otro lado del cuarto no tenía oportunidad de hacerlo. Honestamente, si yo estuviera sólo, hubiera intentado hacer algo tonto como intentar escapar. He opido muchas historias donde la gente coopera con ladrones como estos y de todas formas son abusadas o asesinadas. Mi instinto me empujaba a abalanzarme sobre el para intentar someterlo. Pero tenía a tres mujeres conmigo, y cualquier ataque temerario de mi parte podría resultar en que ellas resultaran tan lastimadas como yo. Después de todo, si me mataban a mi, estarían enfrentando cargos de asesinato de cualquier modo, y en ese caso lo mejor para ellos sería eliminar a todo testigo. Así que sintiendo la responsabilidad de cuidarlas le sostuve la mirada y respondí “Sí, no los molestaremos”. El tipo asintió discretamente y de nuevo dijo “bien”. Después nos ordenó que pusiéramos nuestras manos en la nuca y que las mantuviéramos ahí.
Durante lo que me pareció una eternidad, pero que no pudieron ser más que un par de minutos, estuvimos de pie y en silencio mientras el segundo tipo revisaba la planta. Regresó y dijo “está claro que no hay nadie más.” El primer tipo se dirigió de nuevo a nosotros. “Ahora, quiero que todos ustedes afuera del cuarto, lentamente, uno a la vez. Callados y no intenten nada.” Se paró en una esquina a vigilarnos mientras su compañero nos esperaba afuera de la oficina. Las tres chicas y yo caminamos fuera del cuarto, con las manos en nuestras cabezas y hacia la grande sala principal de la planta, a la cual mi oficina estaba conectada. El primer tipo salió tras nosotros. Esta sala principal solía estar llena de gabinetes de trabajo, pero a lo largo del año habían despedido a casi todos los que los ocupaban. Ahora, la sala estaba casi vacía con sólo unos escritorios en las esquinas..
El chaparro nos ordenó detenernos en medio del cuarto. El alto nos apuntó mientras su compañero se acercó a la puerta que daba al lobby. Mientras las mujeres se paraban cerca de mi me fijé para ver como se sentían. María tenía lágrimas corriendo por sus mejillas, y su respiración estaba agitada, obviamente apenas se las arreglaba para mantener su compostura; Laura había estado silenciosa como una tumba después del grito que se le había escapado, y sus ojos se mantenían fijos sobre el hombre que nos vigilaba. Sus manos estaban temblando; La mirada de Estefanía estaba fija en el suelo, estaba tan quieta que hubiera jurado que no respiraba. Yo por mi parte, estaba asustado, pero creía que estaba haciendo un buen trabajo disimulándolo.
El primer hombre regresó con una bolsa de lona negra. En cuanto regresó , la curiosidad de las tres mujeres y yo sobre lo que había dentro era palpable. Me sentí descorazonado cuando la abrió y empezó a sacar su contenido, la bolsa estaba llena de cuerdas de nylon blanco. Ahora sabía que nos iban a hacer. Nos iban a amarrar. Mi temor por cooperar con estos tipos se despertó de nuevo, si no nos resistíamos ahora, si dejábamos que nos amarraran, estariamos indefensos y podrían hacer con nosotros lo que quisieran. ¿pero que podía hacer?, ¡atacarlos para que uno me disparara y pasar mis últimos momentos de vida viendo como las chicas sufrían el mismo destino?
Prácticamense se podía sentir en el ambiente el miedo de las mujeres cuando vieron las cuerdas. Obviamente estaban nerviosas por la misma razón que yo, y dado que las tres eran muy atractivas es obvio que temían sobre que les pasaría cuando estuvieran atadas, cosas por las que yo no tenía que preocuparme. Después de que se llevaran cualquier cosa que habían venido a buscar ¿quién evitaría que los pillos abusaran de la indefensión de las mujeres? Mi enojo por la situación aumentaba y lo único que me ayudaba a controlarme era saber que cooperar era la manera más segura de salir sanos y salvos.
Ver las cuerdas debió asustar mucho a Estefanía porque en ese momento ya no pudo guardar silencio. “Por favor” tartamudeo “no tienen que amarrarnos, no vamos…” pero fue rápidamente interrumpida por el hombre grande. “Dijimos que no hicieran ruido, así que cállate.” Ella obedeció.
La gran cantidad de cuerdas que el hombre más chico había sacado de la bolsa estaba enredada, y se puso a separarlas unas de otras. Mientras lo hacía volteó a vernos y dijo “los cuatro, desvístanse ahora, los quiero en ropa interior.”
María dejó escapar un ruido de miedo, parecido al que Laura había soltado antes. Los cuatro intercambiamos miradas nerviosas, escuchar esta orden había incrementado mi miedo de que estos tipos planearan algo más que un simple robo. Todos titubeamos.
“Háganlo ya o los obligaremos a desnudarse completamente”, insistió.
Esa amenaza nos impulsó a todos a obedecerle, aunque no con mucha prisa. Yo desabroché mi cinturón y Estefanía hizo lo mismo. María nos vio de reojo y empezó a desfajar su playera, lo mismo hizo Laura. En ese momento dejé de retrasarme, al darme cuenta de que mientras más rápido me desvistiera yo, probablemente lo harían más rápido las mujeres, lo que disminuiría las posibilidades de que los tipos se enojaran con nosotros. Desabotoné mi camisa y me la quité junto a la camiseta. Después me quité los pantalones. El tipo chaparro me dijo que me quitara también los calcetines, lo que hice. Estaba de pie sólo con mis boxers azules.
Estefanía se quitó su blusa y su falda y estaba junto a mi con ropa interior blanca de encaje. Laura y María fueron más lentas y estaban visiblemente temblando mientras se tomaban todo el tiempo posible desvistiéndose, peor pronto también acabaron, Laura tenía ropa interior blanca de algodón y María un sostén y unos calzones negros. Volteé a ver al tipo grande y no me gustó nada la sonrisa que se veía por el orificio de su máscara, pero aún peor fue mi reacción a la situación. No puedo negar que, a pesar de el peligro en el que estábamos, me excité al ver a las mujeres semidesnudas. Cada una de ellas era muy hermosa y deseables, y los pensamientos que no pude evitar tener en ese momento me hicieron sentir un poco disgustado conmigo mismo.
El tipo más pequeño ya había terminado de desenredar las cuerdas, y nos ordenó que nos acostáramos cara abajo, lo que hicimos. El tipo chaparro se quedó de pie apuntándonos mientras el grande agarró las cuerdas y empezó a atarnos. Yo fui el primero, mis manos fueron atadas a mi espalda, con la palmas frente a frente, continuó con cada una de las mujeres amarrando a Estefanía, María y Laura de la misma manera. Supongo que con nuestras manos inmóviles supusieron que era seguro dejar sus armas, pues el chaparro la dejó y tomando otra cuerda ayudó a su compañero a sujetarnos. Cada uno de nosotros fue volteado boca arriba, nuestras piernas fueron atadas a la altura de los tobillos y arriba de las rodillas. Fuimos volteados de nuevo bocabajo y el tipo grande usó más cuerda para atar nuestras muñecas a nuestros tobillos, quedando todos en un hogtie. Este estaba tan ajustado que mis manos tocaban mis talones.
Una vez que todos estábamos bien atados, yo esperaba que los hombres nos dejaran y se fueran a buscar cualquier cosa que quisieran. Pero mientras el chaparro guardaba la cuerda sobrante el grande buscó en la bolsa y sacó un rollo de cinta plateada. Volteó a María, que estaba más cerca de él, sobre su costado y agarró un calcetín que estaba a su alcance, conforme lo acercó a su boca ella empezó a murmurar, rogándole que la dejara sola, pero no la escuchó y forzó la ropa dentro de su boca, generando un montón de sonidos ahogados. Cortó un pedazo de cinta y lo puso sobre su boca, y luegu otro, y otro, hasta que todo su rostro bajo la nariz estaba cubierto. Después vino conmigo e hizo lo mismo metiendo en mi boca uno de los calcetines de Laura y sellándolo con varios trozos de cinta. Bajo la cinta mi boca estaba casi abierta y no podía hacer un sonido. Laura fue la siguiente, y fue amordazada con uno de mis calcetines y luego Estefanía con el otro. Cada una de ellas fue callada con on poca cinta.
Tras colocar a Estefanía de vuelta sobre su estómago, el tipo recorrió su brazo con su dedo, y después colocó su mano sobre su muy grande trasero acariciándolo. Estefanía dejó oir ahogadas protestas tras la mordaza mientras el bastardo hacía “mmm-mmm” con un tono aprobatorio. Pero inmediatamente el chaparro gritó “NADA de eso, vamos a trabajar.” El enfado en su voz fue sorprendente, pues nunca se mostró tan enérgico con ninguno de nosotros. El grande, sin dejar de tocar los glúteos de Estefanía, lo vio un momento y yo me empecé a preguntar si iba a pelear por el asunto, pero mientras le daba unas nalgadas a Estefanía le dijo en voz baja “te veo al rato” y se paró.
En este momento empezaron a buscar por la oficina, abriendo cajones, revisando papeles, hasta que el chaparro, con un tono satisfecho anunció “AQUÍ”, yo me giré para tratar de ver donde estaban, habían encontrado el cuarto lleno de cajas con los documentos de nuestros clientes. Podía oirlos abrir y revisar papeles, tras un largo rato el tipo grande preguntó “¿es estp?” Tras una pausa la respuesta fue negativa. Continuaron revisando más tiempo hasta que le grande dijo de nuevo “creo que es esto”, el chaparro debió ver el papel pues respondió con un “¡Bingo!” Aún no puedo creer que haya escuchado a un ladrón armado usar una expresión tan tonta mientras saqueaba una oficina y aterrorizaba a sus empleados. Siguieron revisando las cajas unos minutos hasta que el chaparro dijo “parece que es todo, vámonos”.
Se nos acercaron de nuevo. El chaparro metió los papeles que iban a robar en la bolsa, la recogió y se fue a la puerta, pero el grande no lo siguió, estaba de pie sobre María y Estefanía. María giró a un lado viéndolo a los ojos aterrorizada, el tipo se arrodilló y empezó a manosearle los pechos. María cerró sus ojos e hizo ruidos como si llorara tras la mordaza, las otras mujeres empezaron a luchar contra sus ataduras, conscientes de que este desgraciado tenía otros planes aparte de robar información, y yo me maldije por haber decidido cooperar y no poder ayudarlas, mientras me imaginaba que iba a violarlas a todas y que luego se entretendría golpeándome y luego nos mataría. Pero el chaparro regresó y violentamente gritó “Dije que nos vamos.” Obviamente ya no le preocupaba hacer ruido. El grandote respondió apretando más fuerte los pechos de María, lo que causó que soltara un gemido de dolor. Vio fíjamente al flaco diciendo “Vamos, tenemos tiempo.”
“Nos vamos ahora”
“¿Cuál es tu problema hombre?
“AHORA” insistió el tipo, no puedo alcanzar a describir su voz, estaba llena de desagrado, indignación y determinación, una rara combinación en boca de un criminal.
El grandote se quedó arrodillado un momento, entonces volteó a María bocabajo, le dio un golpe en el trasero y se paró, al hacerlo dijo “Maldito maricón” y entonces, por razones que no puedo (y honestamente no quiero) entender, recogió toda nuestra ropa y se fue a la salida. El chaparro estuvo a punto de protestar, pero decidió que no valía la pena discutir más, negó con la cabeza, abrió la puerta y salió, y el grande lo siguió llevándose nuestra ropa.
Cuando salieron me quedé quieto, tratando de escuchar si realmente se habían ido. Las chicas hicieron lo mismo, ninguna luchaba contra las ataduras, así que estoy seguro que como yo, intentaban oir un auto arrancar y alejarse, pero no se escuchó nada parecido. Por diez minutos no movimos un músculo, rogando que no regresaran y que el chaparro hubiera decidido dejar a su compañero divertirse, afortunadamente no ocurrió, las chicas y yo estábamos solos, pero prisioneros.
Ahora teníamos que ver como escapar de nuestras ataduras, alcancé a ver el reloj en la pared, eran las 11:15, Estefanía parecía querer decirnos algo a través de su mordaza, pero nada se oyó salvo un débil “mmmpphh” , y como respuesta no obtuvo más que los mismos sonidos ahogados del resto de nosotros.
Por primera vez empecé realmente a probar que tan buenas eran las ataduras, tratando de encontrar un punto débil por donde escapar. Lo más obvio era encontrar el nudo de las cuerdas que sostenían mis tobillos a mis manos, pero mis esfuerzos en el asunto fueron vanos, el ladrón los había atado frente a mis tobillos pues mis dedos no alcanzaban nada que pareciera un nudo. Sin que se me ocurriera algo mejor, traté de encoger mi mano lo más posible para deslizarla por las cuerdas y safarla, pero pronto me di cuenta que también era inútil, las cuerdas estaban muy apretadas y tendría que arrancarme el pulgar para liberarme de ese modo.
Las chicas a mi alrededor estaban igualmente tratando de liberarse, pero no parecían tener mucho éxito tampoco. Laura movía los dedos pacientemente tratando de encontrar algo que desatar, pero sin encontrar nada; María hacía lo mismo de vez en cuando, pero la mayor parte del tiempo simplemente se quedaba quieta, como si ya se hubiera dado por vencida; Estefanía, aparentemente sin pensar que no había nadie en el edificio, estaba retorciéndose y tratando de gritar por ayuda, pero aún si hubiera habido alguien más en otro lado, sus esfuerzos no habrían valido para nada, pues la mordaza la hacía inaudible incluso para alguien que estuviera en el cuarto de al lado.
Finalmente me di cuenta de que escapar sólo era imposible, así que decidí tratar de trabajar con una de las mujeres para soltarnos. Giré sobre mi costado y empecé a arrastrarme, centímetro a centímetro, hacia Laura. Tras un rato logré acercarme a ella lentamente, hacerlo dolía mucho pues no sólo tenía todo mi peso apoyado sobre un lado de mi cuerpo, también me raspaba con la alfombra cada que me movía, pero considerando como estabamos amarrados supongo que me podía considerar afortunado de ser capaz de moverme, finalmente llege hasta ella y giré, colocando mis manos y pies atados en su dirección. Dejé oir unos cuantos mmpphhs para llamar su atención. Al verme rápidamente adivinó que tenía en mente y se las arregló para girar cerca de mi de modo que nuestras manos alcanzaron a tocarse, sentí nuestros brazos frotarse y empecé a palpar buscando sus muñecas. Ambos estudiamos las ataduras del otro como podiamos, tratando de encontrar algo que desatar. Estuvimmos en esto un largo rato, girando sobre nuestros estómagos de vez en cuando para descansar, pero nuestros esfuerzos no tuvieron éxito. Con nuestras manos atadas palma con palma, y con los pies sujetos tan cerca de éstas ninguno de los dos pudimos agarrar nada con fuerza y la mayor parte del tiempo solo estuvimos acariciando las cuerdas del otro con las yemas de los dedos .
Cuando los dos nos convencimos de que no iba a funcionar nos relajamos y nos quedamos quietos un rato. Vi que María se las había arreglado para acercrase a Estefanía para intentar lo mismo que nosotros, pero tampoco habína logrado nada. Vi el reloj de nuevo, ya eran las 12:30. Nadie llegaba a trabajar antes de las ocho de la mañana y me pregunté si alguien podría venir a buscarnos antes de eso. Yo vivía sólo, así que nadie se preocuparía por mi hasta el día siguiente. Estefanía estaba divorciada y sin hijos y hasta donde yo sabía no vivía con nadie que fuera a notar su ausencia. Laura tenía una compañera de piso, pero seguramente asumiría que estaba ocupada si no la oía llegar. No tenía ni idea de la situación de María, pero vi que no tenía anillo de boda, así que no había un marido que se preocupara. No iba a soportar estar así por otras siete u ocho horas, era mue incómodo y ya empezaba a sentir un cosquilleo en mis brazos. Las manos de Estefanía se estaban poniendo moradas y yo había leído sobre los peligros de pasar mucho tiempo con la circulación de la sangra interrumpida. No podíamos simplemente quedarnos esperando.
Recordé los muchos teléfonos que había en la oficina, estaban conectados a corrientes en el suelo, así que tal vez podía jalar a uno del cable y tirarlo al suelo. El escritorio más cercano estaba en una esquina del cuarto, así que empecé a arrastrarme poco a poco hacia el. Descubrí que si volteaba todo mi cuerpo hasta estar boca arriba podía moverme más rápido y con menos dolor que si estaba de lado, aunque aún me parecía muy lento. Tras mucho esfuerzo alcancé el escritorio, y para mi frustración me di cuenta de que no había manera de poder tirar el teléfono, el cable pasaba justo entre el escritorio y la pared, y ambos estaban pegados, si lo jalaba sólo lograría golpearlo contra la pared.
Vi a mi alrededor, el otro escritorio estaba igual que éste, y un tercero que no estaba pegado a la pared no tenía teléfono. ¿ahora qué? Laura y María me estaban viendo, probablemente tratando de adivinar que intentaba, pensé en meterme a las oficinas a ver is había suerte con otro teléfono, pero la de Estefanía era la única que encontraría abierta y llegar hasta allá me tomaría muchísimo tiempo, tenía que pensar algo más.
En ese momento recordé que había un par de tijeras en mi oficina, si estaban arriba del escritorio no podría alcanzarlas, pero pensé que una estaba dentro de un gabinete que estaría a mi alcancé. Tal vez mi desesperación me estaba haciendo imaginar cosas que nunca vi, pero decidí que era mejor cerciorarme.
Afortunadamente los ladrones no habían cerrado la puerta del cuarto, así que volví a voltearme boca arriba y a empezar a arrastrarme. El gabinete estaba pegado a la pared junto a la puerta, del lado derecho. Cuando logré entrar al cuarto y levantar la cabeza para ver si podía ver las tijeras una sensación de alivio me recorrió pues alcancé a ver su mango color negro, ahora tenía que pensar como bajarlas del gabinete de poco menos de un metro de altura.
Primero intenté ver si había alguna manera de incorporarme para apoyarme en mis rodillas y poder hacerlas caer con mi cabeza, pero tras intentarlo varias veces vi que era imposible, tras mi último intento pude ver que Laura me estaba viendo, se las había arreglado para arrastrarse hasta la puerta y con un mmpphh me llamó la atención. Moví la cabeza para indicarle la parte de arriba del gabinete e imité con mis dedos el movimiento de las tijeras. Sus ojos se pusieron grandes por un momento como si entendiera lo que quería decirle. Asentí para confirmar que efectivamente iba a encontrar unas tijeras, y ella asintió de vuelta con un ahogado y débil mmm-hmm. Sabiendo que no podía arrodillarme hice la única otra cosa que me era posible: golpear el gabinete hasta lograr que las tijeras cayeran al suelo. Me arrastré hasta estar pegado al mueble y empecé a girar golpeando el gabinete con mis pies tan fuerte como era posible. Claro que “tan fuerte como era posible” no es muy fuerte cuando estás tan fuertemente amarrado, después de golpear el mueble diez veces volteé hacia arriba con la esperanza de ver que las tijeras se hubieran movido. Lo habían hecho, pero no mucho, así que seguí golpeando. Tras un rato más logré tirar una pluma, no es lo que quiero, pensé, ¡dame las malditas tijeras!
Seguí golpeando un largo rato hasta que, después de un golpe, escuché un suave golpe sobre la alfombra, giré a un lado y alcé la cabeza y de nuevo me sentí aliviado al ver las tijeras tiradas en el suelo, casi lo lograba, estaba tan cerca de la libertad.
Me retorcí de nuevo hasta que logré alcanzar las tijeras. Según recordaba teníamos dos pares, uno era bastante malo y apenas tenía filo y para mi mala suerte fueron las que conseguí, pero al menos era algo, así que las coloqué sobre las cuerdas que sujetaban mis manos a los tobillos y empecé a cortar. Me tomó una alarmante cantidad de intentos, pero finalmente escuché un satisfactorio snap cuando la cuerda cedió. Con mi adolorida espalda agradeciéndomelo baje mis pies al suelo y estiré mis piernas mientras descansaba recostado sobre el suelo, seguía amarrado, pero con mucho más movimiento, y con un alivio colosal después de horas de inmovilidad.
Mientras esto pasaba Laura me había estado viendo y también había estado llamando la atención de Estefanía y María moviendo la cabeza y haciendo ruidos detrás de su mordaza, probablemente queriendo que se acercaran al cuarto. Mientras hacía esto una vez más yo me senté, volví a agarrar las tijeras y empecé a cortar las cuerdas sujetando mis muñecas, estas estaban increíblemente apretadas y me costó mucho maniobrar mi herramienta para colocarla sobre el nudo, pero finalmente lo logré y serré pacientemente, con le tiempo logré cortar lo suficiente para aflojar la cuerda de modo que pude sacar mi mano de entre los nudos. Con mi manos desatadas, finalmente estaba libre.
Lo primero que hice fue arrancar la cinta sobre mi boca y escupir el calcetín que llevaba horas amenazando con ahogarme, tomé aire y grité “por fin”. Laura, que seguía en la puerta amordazada y en un hogtie empezó a agitarse y a mmmppphhear con ansiedad hacia mi, desesperada por ser liberada también. Sin molestarme en liberar mis piernas me arrastré hacia ella y le quité la mordaza. “Oh, gracias a Dios”, exclamó cuando le saqué mi empapado calcetín de la boca, “Rápido por favor, desátame.” Las tijeras sin filo tomaban una agonizante cantidad de tiempo en cortar sus ataduras, pero entonces vi el otro, mucho mejor par, en el escritorio, dejándola a Laura me arrastré hasta allá, las alcancé y volví junto a ella, logrando esta vez liberarla bastante rápido.
Le di las tijeras buenas para que pudiera ir a liberar a Estefanía y a María y yo me quedé con el par malo para soltar mis piernas. Una vez que estuve libre, caminé fuera del cuarto. Laura le había quitado la mordaza a María y ya le había soltado las manos, ahora estaba trabajando en sus piernas. Rápidamente fui con Estefanía cuyas manos ya estaban casi moradas (creo que Laura no se fijo y simplemente fue con María primero porque estaba más cerca). Las tijeras malas no me servían de nada, pero Laura pronto soltó a María y con las tijeras buenas pude desamarrar a Estefanía en pocos instantes. Para terminar le quité la mordaza y ella soltó un gemido de dolor al poder hablar. Le pregunté si estaba bien, pero solo pudo mencionar algo sobre sus manos, sin saber que otra cosa hacer les di un masaje, con la esperanza de ayudar a que recuperara la circulación.
Mientras, María y Laura se quedaron sentadas en el suelo, cerca de nosotros, abrazándose y llorando suavemente con alivio. Fuera de la fuerte impresión que todos tuvimos parecían estar bien. Una vez que Estefanía se recuperó lo suficiente como para darse un masaje a si misma, yo fui al teléfono más cercano para marcar a la policía. Después vi el reloj, eran pasadas las dos, habíamos estado atados por tres horas y media, y considerando lo cansados que estábamos supe que no hubiéramos soportado otras seis horas así.
Diez minutos tras mi llamada un auto llegó a la oficina, y poco después otros más estaban en el estacionamiento junto a dos ambulancias. Fue vergonzoso que los policías entraran y nos vieran a todos en ropa interior, pero para esa hora ya estaba muy cansado para preocuparme mucho, pronto estábamos todos camino al hospital. Ahí me dijeron que tenía toda la razón respecto a que habríamos aguantado estar atados hasta la mañana, el doctor nos dijo que los brazos de Estefanía habían sido amarrados tan fuerte que probablemente los habría perdido si no la hubiéramos soltado cuando lo hicimos. Laura, María y yo teníamos unas marcas de cuerda en la piel, y estuvimos adoloridos un par de días, pero fuera de eso estábamos bien.
Durante el siguiente mes no pudimos averiguar casi nada sobre la información que llevó a esos ladrones a asaltarnos esa noche. Los documentos que se llevaron eran parte de un proyecto que nos llegó apenas dos días antes, pero en el que nadie había comenzado a trabajar, así que no teníamos idea de lo que era, y los jefes no quisieron darnos la información. Sé el nombre de la empresa que nos encargó el proyecto, pero es mejor que no lo diga aquí, sobre decir que cuando se enteraron de que información confidencial había sido robada cuando estaba bajo nuestro cuidado inmediatamente nos rescindieron el contrato. Este golpe podría ser el tiro de gracia a nuestra compañía, pero con la crisis probablemente era cuestión de tiempo.
Las chicas y yo logramos lidiar con la experiencia con diferentes grados de éxito. Laura ha estado enviando solicitudes de empleo a otras empresas desde esa noche, pero la verdad es que hacía tiempo que estaba planeando esto, todos lo hacíamos pues sabíamos que la empresa no iba a durar mucho. Los dos platicamos de la experiencia varias veces y creo que a ambos nos ayudó saber que habíamos estado igualmente aterrorizados, también ambos cambiamos de turno a las mañanas sin que nos preocupara a quien tenían que sacar para hacernos un lugar. Al día de hoy, cada que cruzamos miradas, tengo un sentimiento muy raro, como si compartiéramos un secreto, no he decidido si es algo que me gusta o no.
Estefanía no volvió a trabajar por tres semanas, y creo que no la volví a ver hasta una semana después de eso, fue cuando me llamó a su oficina para agradecerme por habernos liberado, pero todo el tiempo que lo dijo tenía una mirada perdida en la pared del fondo sin atreverse a verme, la ferocidad que la caracterizaba parece haberse perdido, pero espero que la recupere. Según escuché también anda buscando otro empleo.
Respecto a María, he llegado a conocerla mejor desde ese día. Primero me contó como es que los tipos se metieron a la oficina. Esa noche María era la última empleada del equipo de limpieza que dejó la oficina, había terminado el trabajo y estaba por irse cuando el tipo grande salió de atrás de unos arbustos y la sometió, mientras el chaparro apareció por el otro lado evitando que la puerta se cerrara, de alguna manera sabían que ella tenía un código de entrada, debieron estarnos observando varias noches.
La experiencia llevó a María a renunciar al día siguiente, y no la culpo, afortunadamente soy amigo del hijo del dueño de un restaurante y la ayudé a conseguir empleo de mesera, parece que lo disfruta y gana más dinero. Laura y yo nos reunimos con ella unos días después de la experiencia y compartir nuestros sentimientos parece haberla ayudado mucho a superarlo, lo cual es bueno pues en esos momentos parecía que ella iba a ser la más afectada, sin embargo hoy cada que hablo con ella parece irle mejor que el día anterior. Le hablo casi todos los días y hemos compartido algunas risas, mi atracción hacia ella no ha disminuido y quiero desesperadamente invitarla a salir, pero no se si la cosa funcionaría después de lo que vivimos juntos. Si nada pasa entre nosotros, lo superaré.
Hasta el día de hoy la policía no ha tenido suerte encontrando a los malditos que nos amarraron, y por lo que nos han dicho creo que nunca lo harán. No dejaron huellas ni muestras de ADN, y aunque las cámaras del edifcio los grabaron al salir no se sacó ninguna información valiosa al respecto. No he dejado de pensar en ellos desde ese día, estoy lleno de odio hacia ellos, no sólo por lo que me hicieron pasar, sino también por lo que le hicieron a tres respetables mujeres. Odio al grande por haberlas manoseado y maltratado, y odio sobretodo al chaparro por su hipocresía moral, primero nos amenaza con una pistola, luego nos obliga a desvestirnos y nos amarra, para después actuar como si su compañero fuera un pervertido y el un boy scout. Y sobretodo los odio por el desagrado que aún siento hacia mi cuando recuerdo esa noche, y aún no puedo evitar excitarme con la imagen de las indefensas chicas obligadas a quitarse la ropa. He tenido sueños del grandote abusando de María, y a veces he soñado que lo estoy estrangulando, solo para ver que su cuerpo al morir se convierte en el mio que repentinamente pierde toda la fuerza. Con el tiempo las mujeres han superado lo que pasó, pero yo cada vez me siento más consumido y molesto por la experiencia, espero que contar esto aquí finalmente me ayude a dejarlo atrás.
Muy buena historia, espero pronto sigan más!
ResponderEliminarQue bueno que te gustó. Por el tiempo que necesito para buscarlas y traducirlas no pongo tantas historias, pero no dejaré de subirlas de vez en cuando.
ResponderEliminarBuenas noches por favor hubo una historia en este blog, sobre una dama que fue atada en su apartamento y dejada en una silla, por favor ¿se puede recuperar es historia?, gracias.
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