Es una que leí hace mucho en una página de un cuate que tenía dos fetiches, el bondage y los impermeables de plástico. La historia siempre me gustó mucho, a pesar de los elementos de los impermeables que a mi me daban absolutamente lo mismo. Pero la relación de lso dos personajes a través del bondage me encantó.
La he traducido reduciendo al mínimo los elementos del PVC, espero la disfruten.
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La Ladrona
Por Mason septiembre de 2007.
-¡Hey!- Mi grito furioso resonó por toda la tienda mientras la pequeña
mujer de cabello negro corrió hacia afuera antes de que tuviera tiempo de
bloquear la salida. Me asomé hacia afuera: no tenía oportunidad de alcanzarla,
había desaparecido entre el viento y la lluvia como si hubiera sido un
espejismo. Sólo me quedaba esperar que por lo menos apreciara el costoso
impermeable negro que se había robado. Sin duda la mantendría seca, era de
calidad.
Así me gano yo la vida, vendiendo impermeables de todo tipo, y
últimamente me iba bien pues estaban de moda. Sólo se había necesitado que la
celebridad de moda apareciera con un chubasquero amarillo en la alfombra roja
del último festival de moda, para convertir lo que era un accesorio pasado de
moda en algo que todas querían vestir. Nunca hay que subestimar el poder de las
celebridades. Es curioso que hasta ahora nunca hubiera pensado en ello.
El relanzamiento de los impermeables plásticos como un artículo esencial
en el guardarropa de las jóvenes, coincidió con la apertura de mi pequeño
establecimiento en una calle poco transitada cerca de la zona de mi ciudad
dónde se instalaban las tiendas de las más grandes marcas. Mi negocio es más un
asunto de gusto por lo que hago y no un intento de aprovechar esta moda. Pero
para mí era un deleite que estos días me fuera tan bien con las ventas.
La vida era buena, aunque siempre estaba en el horizonte el problema de
que si las ventas bajaban tendría problemas para mantener abierto el negocio,
ya que los gastos como la renta continuaban aumentando. Por esa razón estaba
bastante molesto al no poder impedir que una pieza de diseñador que costaba más
de mil pesos desaparecía por la puerta. La mayoría de la gente es buena, pero
nunca faltan aquellos que prefieren salirse con la suya y no pagar por nada,
sin importarles que estén poniendo en riesgo el negocio y el modo de vida de
otras personas.
Probablemente era el momento de apechugar e instalar un sistema de
seguridad. Yo no podía vigilarlo todo, todo el tiempo. Y unas cámaras harían
que todas las ladronzuelas se lo pensaran dos veces antes de llevarse algo.
Dos días después mi pequeña tienda se había convertido en una fortaleza.
Nada obvio ni intimidante, sólo un par de cámaras colocadas en lugares
ostentosos, y un monitor que los clientes podían ver al entrar a la tienda,
junto a una advertencia que indicaba que
se estaba grabando. Asimismo, reordené los estantes para eliminar
algunos puntos ciegos. Dicen que la prevención es la clave para evitar robos, y
la gente que instaló el sistema eran expertos que me enseñaron que cosas
vigilar. Sobre todo me advirtieron que me fijara en personas que llevaran
abrigos o bolsos grandes, y en comportamientos sospechosos como estar viendo
constantemente a su alrededor. Los verdaderos clientes se dedican a ver los
productos en venta, no a monitorear la posición de los empleados. También me
dijeron que era muy importante que saludara a toda persona que entrara en la
tienda, no sólo por amabilidad y cómo una buena práctica de negocios, sino para
que supieran que estaba al tanto de su presencia. Después de todo mis ojos y mi
instinto eran la mejor herramienta de seguridad que tenía.
Me causó un poco de molestia que durante las siguientes semanas nada
pasara, pues quería comprobar la calidad del sistema, aunque claro, todo debía
significar que el nuevo método de prevención estaba haciendo que los potenciales
ladrones se lo pensaran dos veces. Mi inventario computarizado no había
detectado ninguna disminución inusual en mis productos, así que todo iba bien.
Si la disuasión la clave del éxito, entonces aquí estaba funcionando de la
mejor manera posible.
Todo fue sin problemas hasta el día que una chica, con un largo cabello
decorado con luces púrpuras y naranjas se asomó a mi negocio. Si bien sabía que
no se debe juzgar a nadie por sus apariencias (una aparentemente noble anciana
puede robarte tanto como la adolescente de peor aspecto), inmediatamente sentí
desconfianza por esta joven. Vestía pantalón con estampados militares, un par
de botas negras y una chaqueta naranja sobre una camisa blanca y ajustada que
dejaban ver muy bien su par de bien formados pechos.
Tragué saliva antes de darle la bienvenida, sus inteligentes ojos azules
se posaron insolentemente sobre los míos y yo dejé entrever una sonrisa no del
todo falsa preguntándole si podía ayudarla.
La chica no parecía feliz al verme, su respuesta fue corta y parca
–sólo… estoy viendo.-
-Muy bien, déjame saber si necesitas algo.-
Asintió y me dio la espalda. Fue entonces cuando noté que también
llevaba una gran bolsa de compras que apenas llevaba nada adentro.
Inmediatamente me puse en estado de alerta, esta mujer significaba problemas.
Tuve ganas de pedirle que se fuera, pero no me atreví, ¿qué tal si era una
cliente auténtica? Su interés por unas gabardinas al fondo de la tienda era
real por lo que podía apreciar en el modo en que los admiraba. Pasaba de
artículo en artículo sintiendo cada uno de ellos y estudiando hasta sus más
mínimos detalles.
Finalmente eligió un impermeable naranja, que llevaba capucha y varios
bolsillos. Hasta ahora se había comportado como cualquier cliente, ignorándome
por completo mientras tomaba la prenda en sus manos. La luz de la mañana se
metía por las ventanas y la bañaba con un brillo dorado, ella alzó la vista
viendo a su alrededor, con un gesto casi culpable. Nuestras miradas se cruzaron
por un momento, pero ella desvió la suya casi de inmediato, y colocó de nuevo
el impermeable en el estante, para luego caminar a otra zona de mi tienda. En
ese momento la puerta se abrió y una pareja entró.
Contrario a la otra chica, los recién llegados sabían exactamente lo que
querían y me lo pidieron. Me di cuenta de la penetrante mirada de la joven
mientras me alejaba de la caja para mostrarles los artículos que querían ver,
tras observar varias opciones eligieron uno y se lo probaron, observé a la pareja
mientras se observaban en el espejo, y fue en este momento de distracción que
la chica actuó. Se abalanzó hacia la puerta con rapidez tal que casi no la veo.
Su bolsa se veía mucho más llena, y la prenda que tanto le había interesado ya
no estaba entre sus compañeras de estantería.
-¡Hey!- dije con repentina furia mientras ella abría la puerta que daba
a la calle- ¡Detente!
Se frenó por un instante, viéndome con culpa, antes de retomar su
carrera. Olvidándome de los sorprendidos clientes, corrí detrás de ella. Vi
como desaparecía momentáneamente por una esquina, pero la volví a ver al seguir
su dirección. Su colorido cabello se agitaba mientras aumentaba su velocidad
esquivando al resto de los peatones cómo si fuera Pelé buscando un gol, por lo
cual no me era difícil seguirla a pesar de la distancia.
-¡Detengan a la ladrona!- Grite.
No tenía oportunidad de alcanzarla, además de la ventaja que llevaba, yo
no tenía la mejor condición. Sin embargo la ira me dio un par de alas con las
que no contaba y mantuve el trote.
Entonces, un milagro ocurrió, se tropezó y cayó sobre los brazos de una
mujer obesa que, intentando mantener el equilibrio se agarró de ella frenándola
en seco. Las dos cayeron al suelo y en mientras se levantaba pude alcanzarla y
agarrarla por su cabello morado al momento que intentaba reemprender la
carrera.
La chica gritó sorprendida e indignada, dando un violento giro con el
que pretendió escaparse de mi mano, que ahora la agarraba por la muñeca.
-No tan rápido perra- Gruñí -¿dónde crees que vas?-
-¡Suéltame!- exigió.
-Creo que tienes algunos artículos que me pertenecen- contesté con una
tranquilidad que no sentía.
-Déjame en paz -gritó- No tengo nada.
-Entonces no te importará que revise tu bolsa- contesté fríamente. Ella
luchó por soltarse con más fuerza, pero yo la mantuve prisionera, estaba
decidido a que no se me escapara.
Cerró los ojos mientras negaba con la cabeza –No tienes derecho- dijo
débilmente –Te demandaré
-La ley dice que puedo usar fuerza razonable para detener a cualquiera
que me esté robando- Dije con seguridad –te soltaré una vez que vea tu bolsa.
De lo contrario no me dejarás otra opción que llamar a la policía.
-¡Está bien, está bien! ¡Tú ganas!-
exclamó mientras me daba la bolsa con ira. –siento mucho haber tomado ese
impermeable. Ahora por favor déjame ir-
-No lo creo- dije mientras agarraba con más fuerza su delgado brazo por
arriba del codo –estoy harto de gente como tu que me roba, además no sólo has
sido grosera, sino que mentiste. Ahora vamos de vuelta antes de que pierda el
temperamento.
-Oh, vamos. Ya me disculpé ¿no?-
-Un lo siento no te va a sacar de esta, vuelves conmigo a la tienda te
guste o no.-
Se levantó sola, y me permitió escoltarla de vuelta a la tienda. De
pronto recordé que había dejado la tienda vacía, con varios clientes que no
habían pagado sus compras. Probablemente ya se habían ido con miles de pesos en
mercancía, si es que no habían aprovechado para llevarse todo con ellos. Me
entró una terrible urgencia de volver al negocio, y apurando el paso di fuertes
jalones a mi indispuesta acompañante mientras giraba la esquina.
La pareja aún estaba ahí, en la calle, viendo en mi dirección. Solté un
suspiro aliviado al acercarme y sonreírles. –Hola- dijo la chica al verme.
-Hola- sonreí sin saber que decir –uh. Gracias por cuidar mi tienda-
-Fue un placer- dijo- además no íbamos a irnos sin pagar por estos
adorables impermeables-.
Sonreí de nuevo, mientras mi obligada acompañante se tensó con
incomodidad.
-Gracias de nuevo, ahora con mucho gusto les cobro antes de encargarme
de… ella-
La pareja asintió mientras veían con desaprobación a mi prisionera, que
trataba de contener unas lágrimas producto de su frustración.
-Gracias a ti por atendernos tan bien, recomendaremos tu tienda a
nuestros amigos-
Después de despedir a la pareja, a quienes les di un 25% de descuento,
cerré la puerta y colgué el letrero de CERRADO. Entonces volteé a ver a la
chica que temblaba un poco, y que había perdido toda su descaro anterior.
-Muy bien- dije –te gustaría explicarme porque sentiste que era
necesario robar mi impermeable.
-Um… porque… me gustó- dijo murmurando antes de agregar –es muy bonito.-
-Eso no es suficiente razón- respondí secamente – robar algo que no te
pertenece no sólo está mal; también es un crimen perseguido por la ley –Me
detuve y la vi unos segundos antes de continuar- Trabajo muy duro para ganarme
la vida, para poder comer, beber y pagar mis cuentas, algo que parece a ti no
te gusta hacer.
-Lo siento mucho- murmuró –Ahora por favor déjame ir.
-No tan rápido jovencita- le dije enojado -¿Crees que te vas a librar de
esto tan fácilmente? Creo que lo mejor es que te entregue a la policía, de lo
contrario no vas a aprender nada.
-¡No!- me interrumpió abruptamente –no por favor, no me entregues a la
policía.
-Bueno- dije con deliberada lentitud –si me das una buena razón por la
cual no debo entregarte a la policía y demandarte… ¿has estado en problemas con
la justicia antes ¿verdad?, no me ha gustado tu actitud chica, yo diría que
estás en muchos problemas.
La chica hundió el rostro en sus manos .Lo siento, de veras que lo
siento, se que lo que hice… robar y todo eso… se que está mal.
-Sólo lo sientes porque te atrape- dije con sarcasmo –ya me cansé, vamos
con la policía.
-¡No!- gritó desesperada agarrando mi brazo para enfatizar sus palabras
–Yo… haré lo que sea, cualquier cosa que me pidas pero por favor… no me
entregues a la policía.-
-¿lo qué sea?- pregunté
-Sí… lo que sea- dijo esperanzada mientras sus hermosos ojos azules me
suplicaban que le diera otra solución al asunto.
-No voy a dejar que te vayas de esto sin consecuencias- dije con cuidado
–no puedo dejar que te vayas así o de lo contrario no aprenderás ninguna
lección. Y si lo que me estás ofreciendo es sexo, olvídalo.
-Ok- dijo asintiendo –Entonces… ¿qué quieres que
haga?-
-Tengo una idea- dije sin aliento mientras mis pensamientos elucubraban
un plan que dudaba en llevar a cabo. Estaba mal, y lo sabía, pero probablemente
nunca iba a tener una oportunidad así en la vida. Además sabía que ella no
tenía otra opción más que aceptarlo. Sí, me estaba aprovechando de ella. Pero
bueno, la vida no es justa, y no estaría en esta situación si no hubiera
intentado robarme. No necesité otra justificación para llevar a cabo mi plan.
-¿Cuál idea?- dijo suspirando resignada.
-Cómo te dije, no puedo dejar que te vayas así nomás, así que he
decidido que te vas a quedar aquí hasta que cierre la tienda, como si
estuvieras detenida. Cuando cierre la tienda te dejaré ir… pero sólo si te has
portado bien.
-Oh- dijo en una pequeña, casi inaudible voz, podía ver que intentaba
ver si había gato encerrado.
-Si ya lo sé- dije haciéndome el conocedor –Debes pensar que soy un
tonto o algo semejante, crees que será muy fácil salir por la puerta en
cualquier momento que esté ocupado ¿no?
La expresión en su rostro me mostró que había dado en el clavo.
-Pues no es así, y para evitarlo te voy a tener apresada.
-¿Huh?... ¿apresada?
-Así es, prisionera. Te voy a amarrar.
-¿QUÉ?- dijo incrédula –no puedes… te voy a demandar por abuso, por
violencia, por secuestro.
-No vas a hacer nada de eso- le dije con seguridad –te atrapé en el
momento en que me robabas, y está todo grabado ¿lo quieres ver? Después
intentaste huir y yo efectué un arresto ciudadano. Si te vas y buscas acusarme,
simplemente diré que te amarré mientras buscaba ayuda y que te escapaste, nadie
te va a creer a ti.
Vencida, bajo la cabeza.
-Todo esto es tú culpa- dije sin remordimiento –es tu castigo por robar,
por ser grosera y por mentir. Lo mejor que puedes hacer es aceptarlo, verlo
desde un punto de vista positivo y todo terminará antes de que te des cuenta.
De lo contrario… -No concluí la frase, pero ella sabía que su única alternativa
era esto o la policía.
-Está bien, está bien. Me puedes amarrar- dijo con resentimiento y
resignación –pero no entiendo por qué es necesario.
-Porque yo lo digo- dije, sintiendo lástima por unos segundos por la
chica antes de ignorar esos sentimientos. Le vi su triste cara. Era bonita, muy
bonita… si la hubiera conocido en otras circunstancias… Sacudí esas ideas de mi
cabeza y continué.
-Esto es un castigo, recuérdalo- el miedo en sus ojos era notable –No te
preocupes, no voy a lastimarte, sólo te voy a dejar quietecita para que puedas
pensar en tu comportamiento.
-Sí, está bien- dijo suspirando.
-Así está mejor, la cooperación es la mejor manera de que esto acabe
pronto. Por cierto ¿cómo te llamas?
Pensó por un momento, antes de contestar desganada –Melisa.
-Es un lindo nombre, yo soy David. Desearía que nos hubiéramos conocido
en circunstancias más agradables.
-Una pequeña sonrisa apareció en su rostro pero se desvaneció
instantáneamente. –sí, yo también.
No sé porque, pero no podía evitar que esta vivaz y expresiva criatura
me agradara, a pesar de su comportamiento anterior. Había algo en Melisa que
generaba simpatía y tuve que esforzarme para seguir con mi papel.
-Bueno… si eres tan gentil puedes venir conmigo- dije con exagerada
cortesía –y comenzaremos.
-Uh… ¿a dónde vamos?- Preguntó un poco nerviosa.
-Yo vivo aquí, en un piso sobre la tienda de hecho, pero aquí atrás hay
un pequeño almacén, con baño y cocineta. Te voy a amarrar ahí.
Suspiró con fuerza. –Ya veo… ¿es esto realmente necesario? No quiero
estar amarrada.
-Es necesario- contesté cortante –Es tu castigo ¿recuerdas? Pero aún
puedes arrepentirte si prefieres explicarte con los policías.
Melisa hechó la cabeza para atrás con cierta desesperación. –Ok, ok, tú
ganas. Sólo amárrame y terminemos- dijo algo desafiante.
-¿alguna vez has estado atada antes?
-Errr… No
-Bueno, siempre hay una primera vez- dije burlón –no te preocupes, no
tengo ninguna intención de lastimarte. Inmovilizarte sí, hacer daño, no.
-Vaya, muchas gracias por ser
tan considerado –contestó con sarcasmo- Cómo si tuviera elección.
-La tuviste, y elegiste robar- dije mientras señalaba la puerta –después
de ti- añadí con falsa cortesía.
-Wow- dijo Melisa al entrar al almacén, que estaba lleno de mercancía
que aún no salía a la venta.
-Son hermosos- dijo con unos ojos que acusaban su deseo de tenerlas,
mientras olvidaba por unos segundos porque estaba allí.
-Sí, lo son. A lo mejor, si te portas bien, te deje probarte algunos
antes de que te vayas a casa.
-¿en serio? Gracias.
Contra todos mis instintos empecé a sentir afecto por esta extraña
chica, mientras veía a su alrededor con la mirada de una niña en una tienda de
caramelos.
-Será más tarde- dije, mientras colocaba una silla al centro de la
habitación. Era una silla vieja con un respaldo curvo, formado a base de una
serie de barras separadas por unos centímetros, sus cuatro patas eran firmes y
estaban unidas por otras barras tanto delante como atrás. Noté como Melisa la
veía con aprehensión mientras la colocaba en su sitio.
-Muy bien, desvístete- dije con una tranquilidad que no sentía.
-¡Qué?
-Ya me escuchaste, desvístete, quitate la ropa- Contesté.
-P… pero ¿por qué?- expuso.
-Porque quiero estar absolutamente seguro de que no estás escondiendo
nada más.- Expliqué. –Es un procedimiento estándar… -eso era una absoluta
mentira, lo único que quería era observar su hermoso cuerpo.
Melisa exhaló con una fuerza que pudo haber movido las prendas colgadas
en las perchas. -¿por qué tendría que obedecerte?
-Cómo quieras, ya sabes que si no obedeces te toca la policía, y quien
sabe a quien asignarán para que te revise.
Su mirada llena de furia me atravesó como dagas, al tiempo que dejaba
caer su chamarra al suelo. Si las miradas mataran yo habría fallecido en ese
momento. Hizo una pausa y hundió su mirada en el suelo mientras con una fría
voz preguntó -¿todo?
-Todo- dije asintiendo, y guardando silencio unos segundos antes de
añadir –Bueno, puedes quedarte con tu sostén y tus calzones.
-Caray, muchísimas gracias- añadiendo en tono de queja –eres malo.
-Ni la mitad de malo que las robatiendas- le recordé.
Me sorprendió ver que Melisa asentía. –Sí…- Cerró sus ojos e inhaló
profundamente. –Ok, voy a hacerlo- Exhaló antes de hincarse y desatar las
agujetas de sus botas. El espectáculo que procedió es uno que no voy a olvidar
en la vida. Después de descalzarse y colocar sus botas a un lado, Melisa,
aparentemente sin vergüenza, se quitó los pantalones, mostrando un par de
calcetas color crema y unas bragas de encaje color naranja. Lindo… Mi garganta
estaba seca. Melisa continuó quitándose su top blanco rápidamente, quedando
semidesnuda y con un sostén que hacía juego con sus calzones, su ropa interior
era lo único que protegía lo que le quedaba de modestia.
-¿ya estás contento?- Preguntó secamente –¿Ya viste suficiente?
Hice un gesto incómodo. Melisa era una de las mujeres más hermosas que
había visto. Sus curvas hacían de su cuerpo un sueño hecho realidad. Sus pechos
redondos estaban alzados firmes y orgullosos, como si estuvieran ansiosos de
llamar la atención. Yo esperaba que no alcanzara a notar lo mucho que me
gustaba.
Para distraerla la dejé probarse una de las prendas.
-Oh… dijo la chica, y tímidamente eligió una que se puso y se probó.
-Wowwww- es lindo, y se siente muy bien.
-Tienen calidad 100% garantizada- dije con mi mejor voz de vendedor.
Por primera vez Melisa rio –Me llevaré uno sin duda.
Decidí que no era el momento apropiado de recordarle que ya lo había
intentado y sólo dije –ese modelo es muy popular.
-Puedo ver por qué. Lo adoro.
Melisa se veía hermosa, la chica estaba admirando su reflejo en un
espejo empotrado en la pared y yo sonreí de nuevo antes de proseguir.
-Lamentó acabar con la fiesta, pero es hora de continuar.
-Sí, está bien- dijo suspirando mientras clavaba los ojos en una caja
que había sacado de un armario mientras ella se ponía la prenda. Estaba llena
de cuerdas y otras cosas de esas que uno va acumulando y nunca utiliza.
-¿me vas a amarrar ya?
-Sí- dije feliz, - te voy a amarrar, quítate la ropa que te estabas
probando y pon tus manos en tu espalda.
Melisa obedeció con sorprendente prontitud y obedientemente cruzó sus
manos detrás de ella, listas para recibir la cuerda. Afortunadamente había
estado organizando la semana pasada, y seleccionar la cuerda que necesitaba fue
cuestión de segundos. Me gusta ser organizado, nunca sabes cuando te va a
servir de algo.
Empecé mi trabajo esperando que Melisa no notara lo mucho que estaba
temblando mientras sujetaba sus muñecas la una a la otra. Pasé la cuerda varias
veces de forma diagonal, anudándola con cuidado antes de completar la atadura
con pases verticales que le quitarían cualquier oportunidad de escape. Me fijé
muy bien que todos los nudos estuvieran atados dónde sus dedos no pudieran
alcanzarlos. A lo mejor exageraba, pero cuando amarro a alguien me aseguro de que
se quedará amarrado, había aprendido mucho en mi niñez como boy scout.
-Ooh- dijo en una voz muy bajita mientras sin éxito trataba de aflojar
las ataduras antes de rendirse –No creo que me vaya a poder escapar.
-esa es la idea. ¿te lastima?
-No, estoy bien
-Me alegra oírlo, por favor siéntate.
Melisa se sentó con cuidado, y yo la ayudé a pasar sus manos sobre el
respaldo, que quedó justo debajo de sus axilas.
-Ponte cómoda, vas a estar ahí un buen rato.
-Sí, sí- contestó un poco cansada, pero luego añadió con una media
sonrisa –has lo mejor que puedas.
-Lo haré- dije con una falsa seriedad, mientras sospechaba que la chica
había volteado las tablas y controlaba la situación a pesar de su situación.
Sus ojos me miraban fijamente y yo tuve la incómoda sensación de que me lía el
pensamiento y de qué sabía la verdadera razón por la que hacía esto. Con
prisas, tomé otra pequeña cuerda antes de arrodillarme y tomar uno de sus
tobillos. Su curiosidad era palpable mientras yo dirigía su pierna izquierda a
la correspondiente pata de la silla, para atarla en ese lugar. Lugo hice lo
mismo con la otra, dejándola en una poco elegante posición que la mantenía con
las piernas abiertas y con su pubis a la vista. Melisa ya estaba atada de pies
y manos.
-Wow… Estoy realmente indefensa- comentó mientras probaba las ataduras.
-Odio decirlo, pero creo que no vas a poder ir a ninguna parte en un
rato- Sonreí.
-Creo lo mismo- contestó –Y… ¿ahora qué? ¿esto es todo?
-Pensé que preguntarías- respondí mientras seleccionaba nuevos y más
largos pedazos de cuerda –Aún no, no he terminado de atarte.
-¿De verdad estás tan preocupado de que me escape?- cuestionó
-Algo así- contesté antes de añadir –además… me gusta amarrar a chicas
lindas como tú-
-Lo sabía, sabía que había algo más detrás de esto- dijo –Muy bien,
amárrame todo lo que quieras, diviértete. Pero asegúrate de que quede bien
sujeta, porque cómo me escape…
-No te preocupes, no podrás- contesté –te voy a dejar bien atadita.
Sin darle tiempo a contestar, doblé la nueva cuerda en dos pasándola
sobre sus hombros y colocándola justo debajo de sus hermosos pechos, sus ojos
se abrieron conforme apreté la cuerda y alrededor de su pecho, sos brazos y el
respaldo de la silla. Melisa estaba firme como estatua conforme la
inmovilizaba, sus ojos abiertos como platillos observaban sus senos, que ahora
estaban rodeados por cuerdas arriba y abajo, cuerdas que estaban lo
suficientemente apretadas para ayudar a que su anatomía se viera mejor aún, al
ponerlos más firmes, enfatizando su feminidad. Era una imagen tan bella que me
costó separar la mirada de ellos.
Melisa se fijó en mi insistente mirada, y se sonrojo mucho, pero no dijo
nada. Para intentar cubrir mi vergüenza y mi confusión rápidamente me puse a
terminar de sujetarla a la silla, pero esto sólo empeoró la situación.
Tuve que atar un nudo al centro de las cuerdas, justo debajo de sus
pechos, y tocarlos era virtualmente inevitable, a pesar de que lo intenté. Debo
agradecerle que ella no hizo ningún comentario. Pasé la cuerda entre sus dos tetas
hacia arriba y sobre sus hombros, antes de bajarla por su espalda atándola a la
otra cuerda que ya la sujetaba a la silla, y repitiendo el proceso en sentido
contrario.
La cuerda era tan grande, que al terminar aún me sobraba un trozo sin
usar, así que volví a rodear su cuerpo y el respaldo hasta que me la terminé,
antes de atar todo el arnés. Aunque el que escapara era ya física y
matemáticamente imposible, estaba decidido a continuar, de modo que cuando
terminara con ella no pudiera hacer nada más que mover sus dedos. A estas
alturas Melisa estaba completamente resignada a la situación, y no soltaba la
más mínima objeción. Si acaso, daba por momentos la impresión de que empezaba a
disfrutar de todo esto. ¿Era posible? Traté de no pensar en lo emocionante que sería esa perspectiva, y me
concentré en continuar atándola.
Cómo ya no tenía que preocuparme de que pudiera escapar, me tomé mi
tiempo para seleccionar la cuerda que necesitaba a continuación, mientras ella
me observaba con nerviosismo. Toda su valentía y descaro original se habían
ido; creo que se había dado cuenta de que iba a estar aquí por largo tiempo y
había visto todas las cuerdas que había en la caja (muchas) de las cuales
pensaba usar la mayoría, sino es que todas, en mis amarres. Por mi parte
también estaba deseando ver su cara cuando viera la otra sorpresa que había
además de cuerdas.
Finalmente seleccione la cuerda que seguía, era enorme, totalmente
exagerada. Los ojos de Melisa volvieron a mostrar preocupación.
-¿es eso realmente necesario?- preguntó con una poco habitual
inseguridad.
-Sí lo es- contesté en un tono más rudo del necesario, ya que sentpia
que debía restablecer mi autoridad. –Esto ya no es un juego, te estoy amarrando
para darte una lección ¿recuerdas? Ahora cállate, pues voy a continuar te guste
o no.
-Supongo- respondió hoscamente, aceptando que la iba a amarrar aún más.
-Bien- dije mientras doblaba la cuerda en dos, su mirada estaba enojada
de nuevo y se me clavó, pero no me importaba lo que pensara. Bueno, si me
importaba pero no iba a admitirlo, así que simplemente la ignoré mientras
pasaba la cuerda sobre su cabeza para colocarla sobre su cintura, justo sobre
el ombligo, dónde la apreté obligándola a hundir su estómago.
La cuerda era tan grande, que me tomó un poco de tiempo anudarla bien,
pero no tenía prisa. Una vez lista la primera atadura, y cuidando de no
pellizcarle la piel, rodeé su delgada cintura y la silla con más y más cuerda,
hasta que me la terminé. Dejándola aún más sujeta a la silla.
Estaba ahora imparable, hacía mucho que mi corazón no se sentía tan
pleno mientras continuaba atando a Melisa. A pesar de su poco sutil y falso
enojo, había un brillo en lo profundo de su mirada que antes no tenía, también
respiraba muy relajada. Casi sin aliento continué, cómo si atar a una chica
hermosa fuera lo más común del mundo. Sabiendo que en cuanto la dejara Melisa
usaría toda su energía en tratar de soltarse, había apretado cuidadosamente la
nueva atadura en su estómago, dejándola en un totalmente impenetrable arnés de cuerdas.
Y ahora, por la parte divertida. Dudé unos segundos, antes de continuar,
mi pequeño juguetito atado no estaba en posición de protestar, y Melisa me
debía una por la carrera que me obligó a pegar para alcanzarla. Tomé uno de los
últimos trozos de cuerda, y até un extremo en el centro de las ligaduras que la
sostenían a la silla por la cintura, antes de pasar el otro extremo entre sus
piernas. Pude sentir su penetrante mirada estudiando cada movimiento que hacía,
pero de momento no había protestado, no creo que hubiera adivinado lo que
pretendía hacerle, su inocencia era conmovedora.
De alguna manera logré pasar la cuerda entre la silla y su trasero,
lejos de sus ojos acusadores, entonces empecé a tirar apretándola, ella empezó
a notar lo que pasaba.
-No, no lo hagas- objetó repentinamente -¿qué haces...? no puedes…
-Si que puedo.- Respondí mientras colocaba cuidadósamente la cuerda
entre sus piernas, posicionándola al centro de su pubis. Ignorando su mirada asesina dije –Lo disfrutarás.
-¡No te atrevas!- exigió reencontrando su voz –no tienes derecho.
Ignorando sus cada vez más estridentes protestas, caminé tranquilamente
alrededor de Melisa, que ahora si estaba realmente luchando contra sus ataduras
sin lograr alterarlas en lo más mínimo. Agachándome a su espalda, tomé el otro
extremo de la cuerda y lo jalé con fuerza. El grito de Melisa llenó toda la
habitación, mientras la crotchrope la oprimía con fuerza, hundiéndose en sus
bragas. Sin embargo no había un auténtico enojo en sus gritos, mientras yo tiraba
y apretaba la cuerda aún más, enredando y atando todo en su lugar para que nada
se aflojara.
La crotchrope de Melisa no era sólo estética; tenía un papel muy
importante a desempeñar al sujetarla con completa seguridad a la silla. Ahora
no podía tratar de deslizarse por debajo de las cuerdas, y la sensación
placentera que se incrementaba cuando se movía eran un factor que la
convencería de ni siquiera intentarlo. Claro que Melisa aún no se daba cuenta
de esto, y su cara estaba más roja que un tomate mientras luchaba con las
ataduras, hasta que finalmente se rindió.
-No me puedes hacer esto- se quejó indignada –no te di permiso.
-¿de qué? ¿de amarrate así
nena?- sonreí mientras le acariciaba el hombre –pero cómo te dije, puedo
hacerlo y lo hice, y ya sabes porque tienes que aguantarte.
-¡Oh, vamos!- se quejó –Ya fue suficiente, desátame Ya.
Negué con la cabeza –no lo creo.
-No puedo creer que esto esté pasando- murmuró antes de alzar la voz de
nuevo –Hay… leyes contra esta clase de cosas ¿sabes?
-¿Cosas cómo robar tiendas?
-Oh, chinga tu madre-
-Esa boquita- dije sonriendo –compórtate si quieres que te suelte más
tarde.
Melisa sonrió antes de verme a los ojos con temeridad –si no me sueltas
ahora voy a gritar- me amenazó.
-Las niñas équeñas deben ser vistas, no escuchadas. Guarda silencio…
Nuestros ojos se encontraron
-o te amordazo.
-¿qué harás qué?- El rostro de Melisa era digno de un retrato
-¿amordazarme?
-Sí, amordazarte- dije con toda la firmeza que pude.
-No te atreverías
-Sí, me atrevo.
-Inténtalo y verás lo que ocurre, voy a gritar muy fuerte y alguien me
rescatará.
-No, no lo harás- dije sonriendo
-¿eso crees?
-completamente- dije asintiendo, y saqué de la caja la mordaza de Melisa
-Ohhhh- dijo, quedándose sin habla, sus ojos estaban como platillos.
-¿no crees que esto te mantendrá bien callada?
Melisa asintió en silencio mientras su mirada sorprendida observaba la
mordaza de bola color rojo, que tenía varios arneses de cuero negro en varias
direcciones
No le dí tiempo a Melisa de reponerse de la impresión.
-Muy bien, abre la boca
Melisa ni siquiera protestó y por instinto abrió su boca sin que se le
ocurriera protestar. Yo le metí la gran bola roja entre los labios, colocándola
con cuidado en su lugar detrás de los dientes, antes de pasar las primeras
correas detrás de su cabeza, sobre la nuca.
-MmMHHmmMMM- Melisa de repente se dio cuenta de lo que estaba pasando y
empezó a sacudir la cabeza mientras protestaba con todas sus fuerzas. Menos mal
que todo lo que dijo fue initeligible, pues estoy seguro que no me estaba
felicitando por mi trabajo.
-Cállate- dije mientras abrochaba las correas de modo que la mordaza no
pudiera safarse. Luego pasé el segundo broche sobre su cara y cabeza, antes de
abrocharlo también en la nuca. Me gustaba la manera en que estas correas
enmarcaban su nariz con un color negro en forma de V.
Su furiosa mirada me atravesó mientras concluía el trabajo abrochando
las últimas correas por debajo de su mandíbula, apretándolas mucho y
obligándola a cerrar su quijada sobre la bola roja que salía de entre sus
labios.
-El silencio es oro- dije por molestarla -¿no lo sabías?
Melisa, incrédula, sacudió con fuerza su cabeza tratando de librarse de
la mordaza antes de rendirse, las bien ajustadas correas se aseguraban de que
nada se movería. Me pareció ver un poco de diversión en sus ojos.
–Me gustas mucho más así- dije riendo y luego me incliné sobre ella
–pero hablando en serio, esto es un castigo, sin embargo, si tienes algún
problema, un problema de verdad, entonces avísame ¿ok? Cómo te dije antes, esto
se trata de inmovilizarte, pero no de que sufras.
Asintió, claramente
aliviada de que no fuera a lastimarla. Tragué saliva, mi garganta estaba muy
seca, había algo muy incordiante en la forma en que su deliciosa mirada se
clavaba en mis ojos, capturándolas con una comprensión que trascendía las
palabras mientras la veía retorcerse en sus ataduras. Era como una hechicera,
que me hipnotizaba con su belleza, y yo no podía resistirla. Cómo si supiera
como me afectaba, la chica luchó contra las cuerdas con más fuerza, antes de
relajarse y quedarse quieta.
Separando mi mirada
de la suya tomé una cuerda más, amarrando sus muslos al asiento. Luego, y a
pesar de que ya me había hecho cargo de sus tobillos, decidí que necesitaba más
seguridad y amarré más sus piernas a las patas con cuerdas sobre sus
pantorillas.
Iba a continuar,
pero vi que ya me había acabado odas las cuerdas. Me paré y di dos pasos atrás
para admirar mi obra de arte: porque la hermosa Melisa era arte. Ahí sentada,
atada de pies y manos mientras luchaba contra las cuerdas y presionaba su
crotchrope, gimiendo como una cachorrita en un valiente pero vano esfuerzo de
aflojar tan sólo un poco los nudos. Sus ojos eran inexpresablemente suaves
cuando se posaron en mi de nuevo. Al igual que ella, no pude hablar, así que
simplemente la acaricié en el hombro y dejé la habitación.
Requirió de grandes esfuerzos el volver a abrir la tienda y atender el
negocio con normalidad, porque no podía borrar la inolvidable imagen de mi
prisionera atada en mi almacén, a escasos metros de mi lugar detrás del
mostrador. Si Melisa se decidía, podría lograr que uno de los muchos clientes
que tuve ese día la escuchara, pues sólo tenía que sacudir la silla para que
las patas golpearan el suelo, o gritar con muchísima fuerza (ninguna mordaza es
100% efectiva), pero en todo el tiempo no hizo el más leve sonido.
Tras un par de horas, tuve un momento de tranquilidad para ir atrás y
revisar cómo estaba. Allí sentada, me veía calmada como si estar atada y
amordazada fuera lo más normal del mundo, y yo sonreí. -¿estás bien?
Dudándolo y con lentitud, asintió mientras un malicioso brillo aparecía
en sus ojos. Melisa entonces empezó a luchar lentamente contra las ataduras,
mientras sus dedos buscaban los nudos que estaban fuera de su alcance. La silla
rechinó, pero me di cuenta de que no estaba realmente intentando liberarse,
conocedora de que me gustaba verla así, pretendía seducirme.
-¡Mmm-hhhhmmm-mmhmmm!- gimió tras sus labios amordazados, pero era un
sonido que no mostraba ningún miedo o dolor; si acaso, mostraba un innegable
placer, y ¿tal vez algo más? Tuve entonces la inquietante sensación de que
había logrado voltear las tablas, y que era yo quien había sido capturado por
ella, no sólo eso, me di cuenta de que si no me cuidaba podía enamorarme de
esta extraña chica que había entrado a mi vida con la intensidad de un
torbellino; pude sentir su mirada sobre mí, pero no me atreví a devolvérsela,
temeroso de lo que en sus ojos encontraría. Como un cobarde di la vuelta y huí,
dejándola sola de nuevo.
No tengo idea de cómo logré sobrevivir al resto de la tarde, el tiempo
pasó sin que fuera consciente de el: responder el teléfono, atender clientes,
recibir pedidos, todo eso con pequeñas pausas que usaba para cuidar a mi
prisionera, quien cada que me asomaba se ponía a regalarme actuaciones dignas
de un premio Óscar para mi placer. En corto, fui una masa de nervios, y aún no
me ponía a pensar en el momento en que tendría que liberarla.
Finalmente dieron las seis de la tarde, hora de cerrar tras un largo
día. Nunca había estado tan contento de poder cerrar las puertas después de
despedir a mi último cliente. Había sido un día muy bueno para las ventas, pero
no se podía decir lo mismo de mis nervios.
Después de contar el dinero y cerrar la caja registradora (una buena
práctica de negocios), tosí para limpiar mi garganta y caminé al almacén, donde
Melisa seguía sentada, atada y amordazada como lo había estado hacer horas.
Estaba dormitando, por lo que me di unos segundos para admirarla en bondage por
última vez, antes de toser para que supiera que había vuelto.
Melisa parpadeo y pude notar
cierto gusto de verme de nuevo por lo que sonreí. De verdad que me estaba
agradando esta chica que había soportado su castigo (si es que había sido
realmente un castigo) con tanta dignidad y estoicismo. Después de todo había
estado atada y amordazada por entre seis y siete horas. Al verla no pude evitar
desear que hiciera o pasara algo que me permitiera quedármela un rato más.
-¿todo bien?- pregunté, y ella asintió con prisa antes de verme con
ansiedad en los ojos y sacudirse contra las ataduras. Intenté relajarme y
esconder con discreción el efecto que si indefensión provocaba bajo mi pantalón.
Esta chica ya sabía cómo jugar conmigo.
-Bueno, son pasadas las seis- dije inseguro. –Prometí que te dejaría ir,
y lo haré ya que has sido una niña muy buena y te has comportado.
Los ojos de Melisa brillaron.
Con toda la seriedad que pude juntar, hice la pregunta del millón de
pesos -¿crees que aprendiste tu lección?
Su cabeza se movió con seguridad arriba y abajo, por lo menos tenía la
gracia de pretender que esto le había servido de algo.
-Bueno… en ese caso ¿quieres que te desate?
De nuevo Melisa asintió, pero con menos ansiedad de la que yo esperaba.
-Bueno… en ese caso… supongo que… te soltaré- respondí, mientras una
sensación irrevocable de pérdida se empezaba a sentir en mi corazón.
-Gracias- dijo Melisa después de que las últimas cuerdas cayeron de sus
muñecas. Su voz era átona e inescrutable.
-De nada- respondí mientras deseaba saber más sobre la hermosa chica que
tenía frente a mi y de quien apenas sabía nada. De pie, examinaba curiosa las
marcas rojas que la cuerda había dejado en sus muñecas, como si fueran los
tatuajes de una tribu amazónica.
Melisa asintió y dijo –bueno… mira… lo siento, de verdad lo siento por…
tratar de… uh… robar tu impermeable esta mañana, sé que no debí hacerlo este…
se que estuvo mal-
-Gracias- respondí, notando que por primera vez su disculpa era sincera.
Ya aparentaba que la disciplina le había servido de algo.
Pocos minutos después se había vestido de nuevo, y de nuevo se
transformó en la chica callejera y ruda que me quiso robar por la mañana. Si no
fuera por toda la cuerda regada en el suelo, no habría evidencia de todo lo que
acababa de ocurrir.
-Bueno… mejor me voy- dijo incómoda mientras sus ojos observaban a su
alrededor mirando todas las prendas de vestir que tanto le habían gustado. Es
curioso, pero me dio la impresión de que no tenía ninguna prisa por irse,
aunque claro, sabía que no era más que imaginación. Las chicas, por regla
general, no quieren la compañía de alguien a quien le gusta atarlas.
-Sí- asentí sin ánimo antes de sonreírle para tratar de relajar el
ambiente. Sus ojos se encontraron con los míos, eran indescifrables, pero creí
sentir en ellos una melancolía. Esa impenetrable mirada sostuvo la mía por un
largo momento, antes de que el hechizo se rompiera cuando el teléfono de la
tienda sonó, y el mensaje de mi contestadora se escuchó.
-Por favor… cuídate, y se buena
Melisa salió de la tienda y en el portal se detuvo –sí… este… lo siento
de nuevo… y gracias por amarrarme y por todo eso.
-de nad… no pude terminar cuando ella había desaparecido, desvaneciéndose
como si nunca hubiera estado ahí. Un cielo nublado oscurecía el atardecer, y yo
suspiré hondo. Jamás la volvería a ver.
Epílogo
Otro día paso, y otra semana. Había sido
complicada porque el mal clima había aumentado las ventas y mi cantidad de
trabajo, además de que recibí un par de buenas reseñas en revistas
especializadas que atrajeron a algunos curiosos.
El negocio iba bien, la vida iba bien, bueno,
casi, pues no podía sacudirme el extraño vacío que la chica me había dejado.
Dos semanas después seguía deseando verla de nuevo, pero por supuesto, nunca
pasó por la tienda.
Pensaba en eso cuando para mi sorpresa, Melisa
entró en la tienda, y se deslizó al fondo del negocio ignorándome, cómo si no
me hubiera visto. Mi corazón se agitó… no podía ser tan tonta.
Melisa evitó a toda costa ver en mi dirección,
con aprehensión y sospecha, me acerqué poco a poco por su espalda. Vi que tenía
en sus manos un par de las prendas más caras de la tienda, y que las metía en
un bolso. La chica me vio de reojo y me dejó acercarme un poco más antes de
intentar correr.
Pero esta vez estaba listo para atraparla, y
apenas cogió impulso para ir a la puerta cuando la alcancé.
-¿qué demonios estás haciendo? Grité iracundo
-No puede ser…- grito ella con sorpresa… -me
atrapaste de nuevo
-Claro que sí- respondí furioso- y esta vez…
-estoy en muchos problemas ¿verdad? Dijo
mientras me agarraba el brazo como si su vida dependiera de ello
-Sí, lo estás- dije con algo de confusión
remplazando mi ira –estás en muchos problemas.
-Oh no- expresó Melisa llevando sus manos a la
boca con un gesto teatral -¿quiere eso decir que me vas a amarrar otra vez?
-Esta vez voy a…- interrumpí mi frase cuando
me di cuenta de que la chica había venido hasta aquí con el único deseo de que
la atrapara robando -…¡Sí!, te voy a amarrar muy fuerte.
-Nooo, por favor no me amarres- se quejó –de verdad
que odio estar atada.
-Qué lástima- respondí mientras caminábamos al
almacén –porque te voy a amarrar lo quieras o no.
Melisa durmió en mi cama, atada de pies y manos y en un exquisitamente ajustado
hogtie.
Al día siguiente se mudó a mi casa, y desde ese día hemos sido
inseparables (No es que tenga mucha alternativa, pues por lo general la tengo
inmovilizada de un modo o de otro; nunca se puede ser demasiado precavido
¿verdad?
Ella cree que en su caso, el crimen ha pagado muy bien.
Yo debo demostrar que no es el caso.
Fin