11 de marzo de 2014

Un pasatiempo en común, parte 2

Los dejé esperando el bondage en la primera entrada de esta historia. Pero su paciencia se verá recompensada, porque aquí tienen la segunda parte y tiene lo bueno.

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Un pasatiempo en común, parte 2

Resultó que ella vivía a tan sólo dos cuadras del bar. Al llegar abrió la puerta y me dejó pasar a un pequeño 
y ordenado piso. Después se quitó su abrigo y se quedó de pie viéndome. Parecía que se había deshecho 
de su iniciativa a la vez que se quitó su abrigo, y esperaba a que yo empezara el juego.
               Caminé hacia ella y la abracé.
-¿estás segura que me tienes suficiente confianza para hacer esto?- le pregunté
Ella volteó los ojos hacia los míos, sonrió y asintió, aunque pude notar que estaba algo insegura. 
Fue entonces que me di cuenta de algo.
-Nunca has hecho esto antes, ¿verdad?-
-No- me respondió –y creo que tú tampoco-
Esta vez fui yo quien respondió con una sonrisa tonta.
Agarré sus antebrazos con mis manos y gentilmente los coloqué en su espalda, haciendo que cruzara sus
 muñecas. Sentí como su respiración se agitaba mientras tomaba los extremos de la tela blanca atada 
en su muñeca derecha, los anudaba, los pasaba por su muñeca izquierda y de nuevo los anudaba 
amarrando sus manos a la espalda, esta mascada era lo suficientemente larga para que pudiera repetir la 
operación una vez más terminando el trabajo con un doble nudo.
               Cuando terminé con esto, ella ya estaba jadeando, sus ojos estaban cerrados y su boca abierta. 
Puse mis manos en sus mejillas y la besé cariñosamente. A pesar de su respiración agitada se las arregló para 
regalarme otra pequeña sonrisa cuando sintió que yo también estaba excitado.
               Después jalé la mascada café que estaba sobre su pelo y la reutilicé para vendarle los ojos, ajustando 
bien el nudo para que quedara firme. Vi como sus gestos se relajaron y su respiración se volvió más tranquila.
-Por favor, quiero abrazarte- me dijo mientras movía las manos, luchando por liberarse de sus ataduras.
-Ten cuidado con lo que deseas, porque podría volverse realidad. No quieres que te desate realmente ¿o sí?
-N..no
-Si de verdad quieres que te desate mueve tus orejas
-¿qué? No puedo hacer eso
-Lo siento, fue una mala broma, si quieres que te libere di supercalifragilísticoespialidoso
               Se rio y asintió. Esto era maravilloso, frente a mi había una rubia realmente guapa, con los ojos 
vendados, las manos atadas y riendo de mis bromas infantiles.
-Y si te amordazo, o si por cualquier razón no puede hablar, entonces asiente con intensidad, entonces también 
te soltaré ¿está bien?
Asintió lentamente, con nada de energía.
               Decidí que necesitaba menos ropa y más cuerdas. Desaté la mascada de algodón que usaba como 
cinturón. Rodeaba su cintura tres veces y tenía unos cinco metros de largo. La dejé de lado por el momento y 
me concentré en su vestido. Para mi suerte no tenía cordones que lo sujetaran a sus hombros, así que lo único 
que tuve que hacer fue bajar el cierre en su espalda y dejar que cayera al suelo. Su cuerpo era tan perfecto 
como uno podía imaginar. Se quedó de pie, en silencio y conteniendo un ligero temblor mientras le quité su 
sostén, y le bajé los calzones.
               -¿estás incómoda así?- le pregunté en voz baja
-Bueno… murmuró dudosa.
-No lo estés- la interrumpí –eres hermosa y no hay ninguna razón por la que te debas sentir tensa o 
avergonzada por el hecho de que yo esté aquí, admirando tu cuerpo desnudo mientras tú no puedes verme. 
No te estás perdiendo de mucho, pero si crees que esto es injusto, podrás emparejar las cosas cuando sea tu 
turno de atarme.
               Esto la hizo sonreír. Yo alcancé la mascada de algodón y la usé para rodear sus codos. Apreté la tela 
obligándola a acercar sus brazos, aunque no lo suficiente para hacerle ningún daño. Después pasé los 
extremos de la tela alrededor de su pecho, un lado por arriba y otro por debajo de sus senos y los até a su 
espalda.
               Aún no había usado todas las mascadas, todavía le quedaba la de color azul que usaba alrededor 
de su cuello. Pensaba reservarla para después, pero cambié de idea.
-Creo que voy a amordazarte ahorita. Pero no muy fuerte. ¿qué te parece?
-Está bien supongo- dijo encogiendo los hombros. Mientras tomaba la mascada y le hacía un nudo al centro me
 preguntó 
-¿no quieres saber mi nombre antes de que me amordaces?
-No, si me lo dices cuando te suelte lo tomaré como una señal de que quieres verme de nuevo. Ahora abre la 
boca.
-Sólo una cosa más, mientras aún soy capaz de articular, si necesitas más… material, sólo revisa en el cajón de 
arriba en mi habitación. Ahora, amordázame.
               Abrió su boca y aceptó el nudo de seda que le metí dentro, luego até los extremos de la mascada 
detrás de su cuello, bajo su cabello, cuidando no enredar éste al anudar la tela. Esta mordaza era, claro, más 
simbólica que efectiva, no lograría mantenerla callada si se decidiera a gritar, y con un poco de esfuerzo podría 
sacarla empujando con su lengua.
               -Ahora vamos a conocer tu alcoba- dije mientras le daba un gentil empujón a la chica desnuda, atada, 
amordazada y vendada para indicarle la dirección en la que debía caminar para llegar de la sala a su cuarto. 
Su cama era la indicada, tenía postes en cada esquina y una cabecera. Claramente había sido comparada con 
un objetivo, uno que se iba a cumplir esta noche.
               La senté en la cama y me fui a revisar el cajón que me había indicado. No pude contener una expresión 
de sorpresa. Cualquier duda sobre el hecho de que había encontrado a mi alma gemela se disipó en cuanto vi 
que el cajón estaba lleno de todo tipo de mascadas, cuidadosamente acomodadas y dobladas. Las había 
grandes y pequeñas, delgadas y gruesas, cuadradas y rectangulares, de seda y algodón, de todos los colores 
y marcas e incluso algunas con motivos religiosos y políticos. Y sólo como si estuvieran ahí para despejar 
cualquier duda que pudiera tener acerca de si éstas tenían un propósito no sólo decorativo, en una esquina del 
cajón había un par de esposas y cuatro cuerdas; y en la otra un vibrador. Tanto este, como muchas de las 
mascadas, habían sido usadas en muchas ocasiones, pues se les notaba estiradas. Me recordaron las mismas 
que yo guardaba en casa, aunque las mías no podían ni de cerca compararse en cantidad.
               Mientras veía esto tuve una visión que casi me provoca venirme ahí mismo. Me imaginé a esta 
hermosa chica haciendo lo que yo a veces me hacía a mí mismo. Atándose las piernas juntas o separadas a l
os postes de la cama, metiéndose una mascada a la boca y atando otra sobre sus ojos para bloquear su vista, 
y después estimulándose con el vibrador, tal vez usando una tela más para imaginar que sus manos estaban 
atadas y que no era ella quien se llevaba al punto del orgasmo, sino que era un amante al que no podía ver. 
¿cómo sería éste?, tal vez la persona a la que imaginaba desde atrás de sus ojos vendados se parecía a mí. 
Bueno, hoy todo eso no importaba, porque quien haría todo eso definitivamente sería yo. 
               Tras admirar toda la colección me volteé hacia ella y le dije –impresionante- sus labios hicieron un 
movimiento alrededor del sedoso nudo que tenían entre ellos, mismo que interpreté como una sonrisa. 
–De hecho, me temo que me va a ser imposible utilizar todo esta noche, así que probablemente tendré que 
volver otro día. Siendo así creo que ya puedo decirte mi nombre, soy Tomás, gusto en conocerte- Guardé 
silencio unos segundos y añadí  -creo que tu colección podría entrar al libro de los record Guinnes.
               Un rato después la tenía recostada sobre su cama, aún con los ojos cubiertos y amordazada, y con 
sus pies y brazos atados con largas mascadas blancas a los cuatro postes de la cama. Mientras esperaba mi 
siguiente movimiento, en esa situación donde estaba completamente vulnerable e indefensa, pude ver que 
apenas contenía su excitación.           
               Busqué en su cajón hasta encontrar una larga mascada de la seda más fina, la cual extendí sobre su 
cuerpo desnudo, después se la fui quitando lentamente, dándole el gusto de sentir el material sobre su cuerpo. 
Cuando lo hacía ya no pudo esconder sus gemidos de placer y yo no podía culparla, decidí que era momento 
de apurarme, pues me encantaría que pronto ella estuviera haciendo lo mismo conmigo.
               La acaricié varias veces con la mascada, y luego la extendí para que la cubriera, deslicé mi cabeza 
bajo la tela y ataqué su ansioso coño con mi lengua. Como lo sospeché, sólo me tomó segundos antes de que 
explotara en el orgasmo que llevaba tiempo preparándose en su interior. La imperfecta mordaza, por supuesto, 
no fue suficiente para contener sus gritos, como lo comprobó por las sonrisas de un par de vecinos que se 
cruzaron con ella al día siguiente.
               Dejando la mascada a un lado de su cuerpo sudoroso pregunté: -¿te gustaría una mordaza más 
efectiva antes de que te coja?- Asintió, sin olvidar, a pesar de su excitación, de hacerlo lentamente. Busqué 
tres mascadas de algodón, la primera la hice bola, la segunda la até con un nudo al centro y la tercera la doble 
en una banda ancha. Después le quité la tela que tenía atada en la boca. Antes de poder remplazar su mordaza 
ella alcanzó a decirme –Me llamo Sandra- yo sonreí, dejé de lado las telas que estaba a punto de usar y la besé 
con mucho cariño. Después le metí la bola de tela en la boca, até sobre esta la mascada con el nudo en medio 
y cubrí todo el paquete con la última tela que le cubrió completamente los labios. –Muy bien, esto deberá 
permitir a tus vecinos dormir-
               Decidí inmovilizarla más antes de penetrarla, busqué las dos mascadas más largas que encontré y até 
la primera en una rodilla, la pasé bajo la cama y la até a la otra rodilla, obligándola a sacar sus rodillas a los 
lados de la cama y quedando totalmente abierta de piernas. Luego le hice lo mismo a sus codos. Ahora estaba 
prácticamente inmóvil.
               Me desnudé, me acerqué a ella y manoseé sus pechos y su estómago unos segundos antes de 
insertar mi pene erecto en su vagina, después de algunos lentos y controlados empujones, ambos llegamos al 
orgasmo, ella gimiendo en su mordaza, yo gruñendo y jadeando.
               Tras relajarme, rápido pero cuidadosamente le quité la mordaza, la venda y la liberé de las ataduras, 
después me acosté a su lado. Nuestros cuerpos estaban tan cerca cómo era posible.
-Por favor, quédate- me dijo.
Sabiendo que no se refería únicamente a esta noche le respondí –nunca se me ocurriría dejarte.


4 comentarios:

  1. Ex-ce-lén-te relato, gracias amigo.

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  2. Ok, ya la encontré. Aunque creo debe haber una tercera, ¿o ya no?

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  3. No, la historia fue terminada por su autor en este punto. Podemos suponer que, como en los cuentos clásicos, vivieron felices para siempre. Y por supuesto esta felicidad implica entre otras cosas que los dos pasen parte de sus días en bondage, un final muy feliz.

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